Inútiles
Miquel Barceló y Nuccio Ordine hablan de "la inutilidad del arte", pero estamos construyendo una sociedad de tontos útiles


El otro día, en la Universidad de Salamanca, escuchando a Miquel Barceló hablar de la perfecta inutilidad del arte, pensé en según qué gente. Primero en Nuccio Ordine, ese ensayista italiano que se permitió en La utilidad de lo inútil (Ediciones Acantilado, 16 ediciones ya) decir tonterías como que según qué puesta de sol puede ser más valiosa que un máster, o no sé, esto igual me lo he inventado yo. Pensé también en esos padres tan serios, tan triunfadores y tan como Dios manda que envían a sus hijos a estudiar carreras tan serias, tan triunfadoras y tan como Dios manda, estudios inequívocamente pragmáticos —luego útiles— que les harán hombres en este feroz mundo que nos tocó habitar.
La pregunta que me hacía allí, en la patria de inútiles como Fray Luis de León o Unamuno, era la siguiente. A esos papás y a esas mamás, legitimísimamente orgullosos del despegue del vástago hacia el éxito irremediable, ¿les importará que el niño tenga la capacidad de pararse a mirar un cuadro y sentir cosas? ¿Les parecerá bien que un día de infortunio el disoluto retoño saque un 9 en lugar de un 10 en Fundamentos de Administración Financiera de la Empresa porque perdió el tiempo leyendo el Libro del desasosiego de Pessoa? Ah, que los triunfadores en ciernes no se desasosiegan…
El caso es que tiendo a pensar, siguiendo a Nuccio Ordine, que estamos construyendo una bonita sociedad de tontos utilísimos. Y que, en cambio, los inútiles más brillantes tienen que pedir perdón cada vez que tocan el timbre. Un ingeniero informático es lo más respetable del mundo. Un ingeniero informático que se descojona de Bach es despreciable. Como yo, que me importa un pimiento la informática y no digamos ya los Fundamentos de Administración Financiera de la Empresa.
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