Una epidemia continental
La soberbia se ha instalado entre nuestros dirigentes como si de una plaga se tratase
Según el Manifiesto comunista en los días en que fue elaborado el célebre documento un fantasma recorría el mundo: el fantasma del comunismo. Hoy, parafraseando a Marx y Engels, (...) podríamos decir que un fantasma, tan abultado como aquél, va y viene por nuestro continente: el fantasma de la soberbia, hasta el punto de convertirse en una verdadera, letal y persistente epidemia.
No pocos de quienes encabezan gobiernos y partidos políticos, pasando por figuras de la sociedad civil y la economía, “gozan” de las delicias de este “pecado capital”, al que desde tiempos remotos la tradición lo hermana con la ira, la gula, la lujuria, la pereza, la envidia, la avaricia y la vanidad. Con una retórica en que la sencillez y la modestia son sólo máscaras, los soberbios al uso semejan pavos reales exhibiendo sus plumas.
Para los cristianos (muchos se consideran seguidores de alguna de sus iglesias) la soberbia es de los pecados más graves que puede cometer el ser humano. Aunque se califiquen como servidores del pueblo, son individualistas enfermizos. Nada saben de la humildad, el respeto al prójimo, la compasión y el desinterés. Viven una borrachera interminable de egocentrismo y narcisismo.
Son notables sus autoalabanzas, vanidad y desprecio por la dignidad, necesidades y derechos de aquellos a los que consideran adversarios, inferiores, menos inteligentes, torpes y un enorme catálogo de supuestas falencias. La soberbia no la practican los animales y, en consecuencia, esa es una gran ventaja que tienen sobre cuantos padecen la epidemia de la que hablamos.
Quito, 23 de agosto
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