Tácticas bancarias
Leo con sumo interés el artículo Codicia, de Rosa Montero, publicado en EL PAÍS del 15 de enero, en el que la autora se pregunta cómo ciertos directivos de banco de pueblos y barriadas pudieron transformarse en desalmados capaces de estafar a sus vecinos más débiles.
Seguramente se debe a que los bancos fijan objetivos de venta a sus directivos —por ejemplo, “colocar” una cierta cantidad de acciones preferentes— y supeditan los ascensos, y los eventuales despidos, al cumplimiento de dichos objetivos. Las distintas sucursales de cada banco compiten entre sí, y se premia a las que más venden.
Una de las teorías criminológicas que explica este comportamiento es la del aprendizaje social de Edwin Sutherland. Los presuntos delincuentes aprenden, en este caso de sus superiores y formadores, las técnicas delictivas (cursos internos de venta de productos del banco) y su justificación (los bancos estarían inmersos en una competencia darwiniana en la que solo sobreviven los que se adaptan al mercado, que ahora “exige” vender preferentes). De ser juzgados, invocarían alguna variante de la “obediencia debida”, alegando que su puesto dependía de cumplir los objetivos fijados por sus superiores. Este argumento es tan inaceptable para ellos como lo fue para los militares genocidas juzgados en Europa y en Sudamérica. Dejando de lado que la ética exigía negarse a participar en esta estafa, una solución de conveniencia habría sido denunciarla de manera anónima a las autoridades o a una asociación de protección de los consumidores.
Finalmente, la falta de empatía con los vecinos estafados se debe a que los directivos son desplazados con frecuencia de una sucursal a otra, y no se les destina jamás a su propio barrio. Originariamente, esta práctica estaba destinada a evitar que los lazos personales indujeran a tratamientos de favor hacia los “amigos”. Ahora permite estafarlos sin piedad. En ambos casos, sirve a los intereses económicos del banco.— Marcelo F. Aebi.
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