La segunda vida de la energía nuclear: por qué el átomo se ha vuelto a poner de moda
La incertidumbre geopolítica, la necesidad de garantizar el suministro y la gran demanda de la IA hacen que muchos países se planteen alargar la vida útil de sus centrales o construir plantas


Unas 1.500 personas viven en la aldea de Ülken, en Kazajistán, un lugar árido a orillas del lago Baljash al que a poca gente se le ocurriría ir en viaje de placer. Dado que el país es líder en la producción de uranio, en 1997 decidió construir allí una central nuclear, pero las protestas locales y ambientales arruinaron el plan. En 2024 el Gobierno impulsó un referéndum para volver a construir centrales —Kazajistán no tiene capacidad de generación desde 1999—, y la respuesta afirmativa a la consulta ha forzado el segundo intento: quiera o no, Ülken tendrá su planta.
Parece que la carrera atómica entona una canción con la misma letra. El deterioro del orden mundial; la necesidad que tienen los países de conseguir fuentes de energía independientes y estables y la demanda creciente de electricidad debido a la inteligencia artificial (IA) y a la electrificación del parque móvil están alimentando la idea de un nuevo resurgimiento nuclear. En el mundo hay 407 reactores en funcionamiento, 64 en construcción y 33 en proceso de cierre, según el seguimiento que hacen en los World Nuclear Industry Status Reports. Generan alrededor del 9% de la energía eléctrica que consume el planeta. La inmensa mayoría de los nuevos equipos se concentra en Asia (fundamentalmente en China y la India), aunque también se levantan en Turquía, Egipto o Rusia.
Estados Unidos, el mayor productor de energía nuclear del mundo, está alargando la vida de su anticuado parque y su presidente, Donald Trump, quiere multiplicar por cuatro la producción en los próximos 25 años. Italia, que decidió cerrar sus centrales en 1987, un año después del desastre de Chernóbil, se está replanteando instalar pequeños reactores, e incluso Polonia ha dejado a un lado que comparte frontera con un Estado en guerra como Ucrania y otro abiertamente hostil como Bielorrusia y ha decidido dar el paso de construir su primera planta a orillas del Báltico. Lo mismo harán Finlandia y Suecia, países que organizaron hace tres semanas una cumbre bilateral para avanzar hacia el objetivo de triplicar la producción para 2050 dando a los operadores privados facilidades para conseguir financiación y permisos de construcción.
Con el 30% de la producción mundial total, Estados Unidos es una superpotencia, aunque buena parte de sus instalaciones sean viejas y su generación tenga una rentabilidad relativa si se tiene en cuenta que sólo aporta el 19% de la electricidad que consume el país, frente al 60% procedente de los combustibles fósiles y el 21% de las energías renovables. Pero el presidente Donald Trump quiere que los reactores en funcionamiento, actualmente 94, rindan más. En mayo firmó tres decretos para dinamizar el sector. Lo hizo, además, con la imagen del gran apagón de España y Portugal del pasado 28 de abril en mente, para garantizar una fuente energética estable “y no intermitente”.
El objetivo de Trump de multiplicar por cuatro la producción actual es difícil de lograr, ya que equivaldría a pasar de los casi 100 gigavatios de capacidad eléctrica a 400 gigavatios en 2050. El empujón del republicano pasa por acelerar y simplificar la tramitación de permisos, incluidos los de algunas centrales experimentales; ampliar la potencia de las existentes y reducir las exigencias de seguridad y de protección medioambiental hasta ahora vigentes.
Al otro lado del Atlántico, la Comisión Europea calculaba este verano que la ejecución de los planes de los Estados miembros en esta materia requerirá de unos 241.000 millones de euros hasta 2050, tanto para la ampliación de la vida útil de los reactores existentes como para la construcción de nuevos.
Cambio en España
España, que consume un 20% de energía nuclear, debería ver el fenómeno desde la barrera, ya que en 2019 pactó con las empresas eléctricas el cierre escalonado de las siete unidades activas, empezando por Almaraz 1 (en 2027) y terminando con Trillo en 2035. Pero el mundo de hace seis años se parece poco al actual e Iberdrola, Endesa y Naturgy, las propietarias, claman ahora por un esquema económico que les permita seguir operando la instalación extremeña a pocos días de entregar la documentación para su desmantelamiento. De hecho, este viernes comunicaban al Gobierno “su disposición” para prorrogar la vida útil de la central de Almaraz hasta 2030. El tiempo apremia. Una vez iniciado, el proceso será irreversible incluso si un hipotético cambio de Gobierno en el país llega con otras intenciones.
Ignacio Araluce, presidente del Foro Nuclear, lobby que incluye a las grandes eléctricas, rechaza calificar el escenario como una pelea entre el sector renovable y el resto a cuenta del apagón. “Las renovables son una maravilla. Pero en el mix energético hay que tener una energía que sepas que funciona siempre, una energía inercial para mantener la frecuencia y la tensión de la red, cosa que las renovables no pueden o les cuesta mucho hacer. El PNIEC [Plan Nacional Integrado de Energía y Clima, en el que se basaron las previsiones de cierre de las nucleares] decía que íbamos a tener 22 gigavatios de almacenamiento y tenemos 3,5. En 2019, el mundo era una balsa de aceite, y en lo geopolítico Europa ha estado luego al borde del colapso. Cantidad de planes de electrificación se han retrasado y hay un problema de [baja] demanda”.
Araluce añade que los gigantes tecnológicos están buscando fuentes que, como las nucleares, no emitan CO2 para alimentar la IA. Amazon ha firmado un acuerdo con una empresa llamada Talen Energy para suministrar energía nuclear a sus servidores y centros de datos en Pensilvania hasta 2042. Google hizo lo mismo en mayo con Elementl Power para financiar tres nuevas plantas en Estados Unidos y Microsoft se unió el mes pasado a la World Nuclear Association mandando una señal a los mercados y la industria.
En la cumbre anual que el lobby nuclear mundial celebró en Londres a principios de septiembre participaron 1.122 delegados de 59 países y lo más sorprendente fue la abundante presencia de la comunidad financiera: según la publicación World Nuclear News, nunca antes se había visto una delegación tan nutrida de bancos, inversores e instituciones multilaterales (desde el Banco Mundial a UBS, Deutsche Bank, JP Morgan o HSBC).
Nuevos esquemas de financiación y enfoques de construcción distintos alimentan ese optimismo atómico. “Hay un desarrollo tecnológico nuevo”, explica Jaime Segarra, vicepresidente del Comité de Energía del Instituto de Ingeniería de España. Se refiere a los SMR, reactores modulares pequeños de hasta 300 megavatios (un tercio de la capacidad de uno convencional) que se diseñan y fabrican en serie para terminar de montarlos en el emplazamiento final. “Eso reduce entre cuatro y cinco años el proceso de construcción. Está por ver que tengan éxito, si es así van a suponer una mejora respecto a las centrales convencionales”, que a menudo disparan sus costes de manera extraordinaria porque parten de diseños únicos o de series técnicamente más complejas.
Según el físico James Walker, la energía nuclear nunca ha sido tan importante: “Todas nuestras economías se basan ahora en plataformas digitales cada vez más hambrientas de energía, y la sofisticación y capacidad de estos sistemas pronto se estancará a menos que se generen enormes aumentos de energía de carga base para satisfacer esta demanda”. Walker es consejero de Nano Nuclear Energy, la primera empresa de microrreactores que cotiza en Bolsa en EE UU. Ensalza la capacidad de la nuclear para ser independiente, a diferencia de la solar, eólica, geotérmica o hidráulica, “que dependen de la ubicación”, o de complejas infraestructuras de distribución “como [las de] el gas y el carbón, necesitados de gasoductos y líneas de transmisión”. La nuclear “puede ubicarse junto a la industria, ampliarse para satisfacer la demanda independientemente de la red y desplegarse en cualquier lugar, desde el Ártico hasta el Sáhara”.
Residuos eternos
Quizá no sea todo tan fantástico. Los ecologistas llevan décadas advirtiendo de las devastadoras consecuencias de usar ese tipo de energía, con residuos que se mantienen radiactivos durante miles de años y riesgo de accidentes que pueden arruinar regiones enteras. Para Francisco del Pozo, portavoz de Greenpeace, lo que subyace es un problema político más que técnico, que se mezcla con la mentalidad de muchos directivos de la industria que no se creen —y no apoyan— la descarbonización, y por tanto arrastran los pies para afrontar las inversiones que, por ejemplo en España, exige pasar de un modelo centralizado de pocos emisores a otro con miles de instalaciones. Y pone en cuestión ese cambio de actitud en el mundo: “¿Cuántas de las nuevas centrales anunciadas son más que proyectos sobre un papel? La experiencia en Alemania es la contraria, se cerraron tres nucleares en un mismo año. Además, nosotros [España] no somos Alemania, tenemos una diversidad de fuentes mucho más potente que ellos”, recuerda Del Pozo.
La decisión en 2011 de clausurar definitivamente las centrales la adoptó la entonces canciller democristiana, Angela Merkel, bajo el impacto del tsunami en Japón y el accidente en la central de Fukushima. En ese momento el consenso era alto en el país que cerró su última instalación en 2023. Fue el fin de un proceso que supuso un golpe económico y geopolítico, pero que le ha permitido acelerar la apuesta por las renovables, que ya representan más de la mitad de la producción energética. Hoy la primera economía de la UE, y su país más poblado, produce un 0% de energía atómica aunque cerca del 28% de la electricidad que importa del extranjero procede de esta fuente, en gran parte de Francia. Aunque el canciller democristiano, Friedrich Merz, la ha planteado, la posibilidad de una reapertura de las centrales es una hipótesis lejana. Lo que sí quiere Merz es levantar los vetos alemanes en Europa a su financiación a escala en la UE y su reconocimiento como energía neutra capaz de combatir el cambio climático. Topa, en este esfuerzo, con las reticencias de sus socios socialdemócratas, pero representa un acercamiento a Francia tras años de divorcio en este asunto.
Precisamente el país que preside Emmanuel Macron es el principal productor de energía nuclear de la UE. El 68% de toda la electricidad que se produce en el país proviene de los 57 reactores de las 19 centrales existentes. La apuesta por este tipo de energía se remonta a después de la II Guerra Mundial, aunque, tras la invasión rusa de Ucrania, París ha optado por redoblar su apuesta e invertir en rejuvenecer sus reactores, pues muchos son antiguos y estaba previsto su cierre.
En 2022 se anunció un plan para construir seis reactores nuevos en Francia. Tendrían que empezar a fabricarse en 2027 para que entren en servicio a partir de 2035, pero el Tribunal de Cuentas, principal organismo de auditoría del Estado, ve estos plazos muy optimistas. El pasado mes de junio, la Asamblea francesa aprobó mantener las centrales existentes y construir 14 reactores de nueva generación, con una potencia muy superior. Macron lo plantea como un tema de soberanía estratégica, pues el 60% de la energía total que se consume proviene de fuentes fósiles: el 40% del petróleo y el 20% del gas, que llegan de países como Arabia Saudí, Rusia o Estados Unidos. La energía nuclear supone alrededor del 36% del mix energético. Pero uno de los problemas es que Francia necesita entre 8.000 y 9.000 toneladas de uranio por año para alimentar sus centrales y el 80% proviene de países extranjeros.
Cómo financiar la renovación de la envejecida flota (dos tercios se acercan a los 40 años) es el reto mayor, sobre todo en el contexto actual francés de bloqueo político y ajustes presupuestarios. El reactor de nueva generación de la central de Flamanville, en la región de Normandía, es el más potente de los 57 que hay en el país. Se conectó por fin a la red en diciembre de 2024, tras años de retraso y un sobrecoste de 6.000 millones.

Al interminable mapa de riesgos de la energía nuclear los detractores recuerdan que ni siquiera es una fuente barata —ninguna planta se ha construido dentro del presupuesto previsto ni en el plazo acordado en los últimos 20 años en Occidente— ni ofrece garantía de independencia. Del Pozo destaca: “El 30% del uranio enriquecido que consume Europa viene de Rusia. Por eso se han guardado mucho de no incluirlo en los embargos [a raíz de la guerra en Ucrania] porque la industria no se lo puede permitir. Además, estamos dejando de aprovechar más del 30% de la producción renovable porque Almaraz hace de cuello de botella. Mantener las nucleares abiertas es tóxico”.
Desde el Real Instituto Elcano, Gonzalo Escribano piensa que en el debate se suele obviar que tras el manejo de la tecnología atómica está la amenaza de la proliferación de armas nucleares en países que no las tienen. Y que por mucho que los gigantes tecnológicos busquen alianzas para satisfacer sus necesidades, no van a encontrar una solución en la nuclear “ni hoy ni el año que viene” por su alta complejidad.
Pedro Fresco, director de la asociación de empresas Avaesen, explicaba este verano en unas jornadas que, aunque la energía nuclear vivió un momento de crecimiento en los años cincuenta y sesenta, la realidad de los datos es que lleva estancada el último cuarto de siglo. “Tengo 43 años, llevo escuchando lo del renacimiento nuclear desde que tenía 18 y no ha pasado”. Tomando como ejemplo a China, que es quien más energía nuclear nueva suma a su mix energético, ha abierto en los últimos cinco años 10 instalaciones nucleares de un total de 10 GW de potencia. “Y en energía solar ha instalado 45 gigas solo en el mes de abril. ¡En un mes! China instala más de 30 paneles solares por segundo. Esto no es ni bueno ni malo, nos tiene que hacer entender que la descarbonización estará basada en energía verde. La fuerza de las renovables está un orden de magnitud por encima de la nuclear”.
A menudo los gobiernos tienen ante sí la disyuntiva de tomar una decisión con malas consecuencias frente a otra opción que puede ser todavía peor. En el debate nacional, Yolanda Moratilla, presidenta del Comité de Energía del Instituto de Ingeniería de España, cree que alargar la vida a las nucleares daría al país “un colchón de tiempo”, para mejorar los sistemas de acumulación y para que la tecnología que apoya el incremento de las renovables se asiente. “Seguir con el calendario de cierre supondría no cumplir con los compromisos en emisiones de CO2 porque habría que tener funcionando más tiempo los ciclos combinados [que se alimentan de gas]”. Algo así sucedió en Alemania. La consecuencia de la decisión de Merkel fue que el país, con una industria necesitada de energía barata, se vio obligado a depender en los años siguientes de otras dos fuentes alternativas. Una era el carbón, altamente contaminante y que lastró al país en la carrera contra el cambio climático. La otra, el gas, creó una dependencia malsana respecto a la Rusia de Vladímir Putin, nutrió al mismo tiempo las arcas del Estado ruso y paralizó a Berlín, cliente del gas ruso, ante las ambiciones belicistas de Moscú. La invasión rusa de Ucrania en 2022 marcó el fin a la importación de gas ruso y clausuró esta era, al tiempo que aumentó la dependencia del carbón.
Quizá por ello los expertos como Segarra piden que la ideología no se mezcle con el razonamiento técnico, y que si el objetivo es la descarbonización, se valoren los costes y la oportunidad de llegar a ella de la forma más eficiente posible. Diego Rodríguez, investigador de Fedea, apunta en el mismo sentido y habla de otro problema: “Ha habido tal ganancia de eficiencia en los hogares y empresas que ha tirado para abajo de la demanda eléctrica”, y hasta que eso cambie, lo que ayudaría a estabilizar el sistema, el problema de controlar la frecuencia y la tensión de la red para que no vuelva a suceder otro apagón se agudizará si se van retirando las nucleares. Entre las alternativas, analiza que la apuesta por la producción de hidrógeno verde está poco desarrollada (tanto por la parte de la oferta como, sobre todo, de la demanda) y, ante la discusión sobre la dependencia en el ámbito del combustible nuclear, recuerda que la acumulación de electricidad en baterías que tienen tecnología procedente de China también puede desatar un problema de dependencia. “Es verdad que el progreso tecnológico terminará ayudando a que el control de frecuencia sea más posible en el futuro que ahora. Pero los tiempos son importantes, y por el momento hay dudas técnicas sobre la velocidad a la que las renovables pueden comenzar a ayudar en el control de tensión, y el cierre [de las nucleares] vendrá acompañado de más ciclos combinados, más emisiones de CO2 a un mayor precio. El Gobierno tiene muchos argumentos para pensar que en estas circunstancias es razonable extender la vida de las centrales”.
En el otro lado de la orilla, las patronales de la energía eólica (AEE), fotovoltaica (Unef) y gasística (Sedigas) defienden cada una su papel como fundamental en el mix energético. Fuentes del sector de las renovables ponen el acento en que técnicamente un país puede vivir sin energía nuclear sin correr riesgos de apagones como el que vivió España, pero hace falta voluntad política y regulatoria. En Sedigas insisten en que “no se trata de elegir entre nuclear, gas o renovables, sino de construir un sistema seguro, equilibrado, gestionable, flexible y sostenible”. Extender la vida de las nucleares a 60 u 80 años, como está haciendo Estados Unidos, podría ser una opción que aprovechase los activos existentes, pero “¿a qué precio?”, se preguntan los ecologistas. “No me gustaría vivir cerca de una”, responden.
El caso italiano: Meloni y la factura de la luz
Italia decidió cerrar sus centrales nucleares en 1987. Un año después del desastre de Chernóbil, gracias a un fuerte movimiento antinuclear, se celebró un referéndum en el que el 80% de los electores se posicionó en contra de continuar con el programa nuclear en el país. En ese momento se inició el cierre progresivo de las centrales, hasta que en 1990 se clausuraron las dos últimas que quedaban activas.
Ahora, el Gobierno italiano liderado por la ultraderechista Giorgia Meloni se está planteando la vuelta a la energía nuclear para garantizar su autonomía energética. El país transalpino depende en gran medida de combustibles fósiles, principalmente extranjeros, como el gas, lo que aumenta considerablemente el precio de las facturas, también de electricidad. Tanto es así que Meloni ha reconocido que el principal desafío económico del país es abaratar los costes energéticos.
El Ejecutivo italiano aprobó el pasado febrero un proyecto de ley con el objetivo de sentar las bases para volver a producir energía nuclear después de más de 30 años. Meloni ha propuesto construir pequeños reactores nucleares modulares (SMR, Small Modular Reactors) para descarbonizar industrias pesadas. La primera ministra defiende que gracias a ellos el país obtendría energía “segura, limpia y a bajo coste”. El Gobierno está barajando que los minirreactores de nueva generación estén operativos en torno al año 2030 y poner en marcha un programa nacional nuclear para alcanzar la neutralidad de carbono para 2050. La finalidad es que para ese año la energía nuclear alcance entre el 11% y el 22% del mix energético italiano, lo que permitiría ahorrar en torno a 17.000 millones de euros en el proceso de descarbonización. El Ejecutivo cuenta con que el Parlamento apruebe su proyecto de ley antes del final de este año. Por el momento no se conocen muchos más detalles, que aún están por perfilar, pero numerosas asociaciones ambientalistas han mostrado su oposición a los planes de Meloni. Distintas encuestas encargadas por organizaciones medioambientales señalan que el 75% de los ciudadanos piensa que la energía nuclear no es una solución válida ni viable hoy en día, porque consideran que es demasiado peligrosa o costosa. / L. P.
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