Último adiós al veraneante ilustre
Admiradores anónimos de Fraga y militantes de base del PP se mezclaron con las autoridades en las estrecheces del pequeño recinto religioso de Perbes
Era la escena habitual de acto oficial solemne. Coches y trajes oscuros, caras -conocidas- de circunstancias, informadores yendo de un lado a otro como mirlos y público expectante. Pero en esta ocasión en Perbes todo era una continua sensación de dejà vu, o más bien, casi todas las caras sonaban de antes. Las de los políticos e incluso las de los periodistas, y alguno confundió a uno con otros. El restaurante Casa Savi, al lado del chalé de Fraga, es el mismo en el que se concentraban políticos y medios de comunicación de guardia en las vacaciones del fundador del PP, ya antes de aquellas cenas de despedida en Miño al veraneante ilustre que acabaron con el cambio de residencia del homenajeado al palacio de Raxoi. También cuando algunos pesos pesados del partido, como Francisco Álvarez-Cascos se acercaron aquel mismo 1989 para convencer a Fraga de que su sucesor debería ser José Aznar y no, como él quería, Isabel Tocino. Los tres, Aznar, Cascos y Tocino están hoy aquí. Y el cementerio parroquial de San Pedro de Perbes, a unos 300 metros del chalé de Manuel Fraga, es el mismo en el que fue enterrada hace 15 años su mujer, Carmen Estévez, un rito de despedida que marcó tanto a su viudo que fue el último sepelio al que asistió.
Excepto un par de salvas de aplausos, solo se oyó el tañido de las campanas
Cascos volvió al lugar donde convenció a Fraga de que eligiese a Aznar
En Casa Savi abarrotan el comedor enviados especiales, parte de los numerosos deudos del fallecido, desde el portavoz del PP en la Cámara gallega, su sobrino Pedro Puy, al cuñado de este, el actor Manuel Manquiña; el alcalde de Beade (Ourense), Senén Pousa, y el presidente del Deportivo, Augusto César Lendoiro -que después se acercará a la iglesia, pero no entre las autoridades- el primer secretario general para el Deporte que tuvo Fraga en la Xunta. "No, el deporte no era lo suyo, pero le destinó un presupuesto 20 veces mayor que el que tenía antes", dice. También se acercan a saludar a Puy, de una tacada, Francisco Vázquez con la conselleira Beatriz Mato y el presidente de la Diputación coruñesa Diego Calvo, y detrás el exconselleiro Juan Fernández. Pero entre los comensales están sobre todo gente como Francisco y Lola, dueños de una carnicería en Santiago que ya no conservan, aunque sí la devoción por don Manuel. "Yo soy galleguista, pero español", dice Francisco. "Y también nos bajó algo los impuestos", añade, más pragmática, Lola.
En el bar, sin intentar ser atendidos, hay otra pareja. Ella, Elvira, es de Vilanova (es decir, de Perbes), y pasaba los veranos ayudando a aparcar los coches en la playa, y de vez en cuando echando una mano a los jóvenes Fraga para "sacar la lancha del mar". Su difunto marido era de la quinta de don Manuel y quien le cogía las uvas de la parra. Él, Moncho, sacristán en otra parroquia de Perbes, no es nada suyo, ni de Fraga, "pero", explica Elvira, "es muy tímido y me dijo que venía si iba yo, y nos acercamos porque siempre trabajando no se va a estar". Aunque la mayoría de los que vinieron a Perbes un par de horas antes, por si el operativo de seguridad resultaba tan rígido como se anunciaba, eran grupos de militantes de toda la vida, "desde el 77", asegura la coruñesa Cuqui Fontenla que forma parte de un conjunto de señoras en las que las pieles no quitan el uso ocasional del gallego y que para coger el rumbo al cementerio se agrupan alrededor de la exconcejala Rosa Meiriño.
Al final, ese clásico funerario gallego, los coches de línea hasta la iglesia, dan servicio, pero hay sitio suficiente para aparcar, incluso en el solar cercano, que cuesta dos euros. "Sobramos la mitad", murmura a un compañero uno de los agentes que, cada tres o cuatro metros, componen el cordón de seguridad que separaba al público de la calzada a lo largo de los 200 metros que hay hasta la iglesia. Entre los aproximadamente 500 asistentes, más que la curiosidad propia de estas ocasiones, hay respeto. Incluso devoción en casos como el de Victoria, una oronda compostelana que sostiene pacientemente una corona de flores -"De Eloísa y Victoria"-, a la espera de que termine el acto y la pueda depositar en el panteón donde está "uno de los mejores hombres de Galicia, de España y del mundo, honesto y religioso".
Así que más que contener a la gente, las fuerzas de seguridad se centraron en que el coche fúnebre esperase unos segundos para dejar pasar al absorto grupo de peatones que encabezaba el presidente Feijóo. O en facilitar la bajada de los ocupantes de los coches oficiales (Feijóo, Cospedal y Ana Pastor fueron de los que hicieron el último tramo a pie) o del microbús que transportó a algunas de las hermanas de Fraga, atendidas por una solícita Isabel Tocino. Excepto un par de salvas de aplausos, lo único que se oyó en San Pedro de Perbes fue el tañido de las campanas y la Marcha del Antiguo Reino de Galicia.
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