Hotel Vela
Coincidiendo con el embargo de los hoteles Miramar y La Florida, la estafa del hotel junto al Palau de la Música y el cierre del restaurante de lujo Klein en el Fórum, la inauguración del llamado hotel Vela llega en el momento más álgido para ser blanco de iras.
Desde una mirada formalista, se trata de un mero gesto, de escasa calidad arquitectónica; desde la sensibilidad ecologista, no se puede admitir que a estas alturas se haga un edificio con fachadas de cristal hacia todas las orientaciones, incumpliendo criterios bioclimáticos; entre los vecinos aumenta el descontento con este emblema del neoliberalismo y de los abusos urbanísticos. Por tanto, nada lo puede salvar ya de ser un símbolo más del declive urbano y político de esta ciudad. Y si, temporalmente, lo salvan los turistas, porque lo llenan, Barcelona pierde. Porque la opinión ha sido clara: no se quiere este hotel símbolo de la especulación y el favoritismo, que a todos nos roba el horizonte, en una situación actual que admite muy pocos hoteles nuevos y, mucho menos, en el tejido histórico de Ciutat Vella.
¿Por qué ciertos conflictos urbanos son tan relevantes? En el caso del hotel Vela, porque la Barceloneta era el único barrio que por su estructura se había mantenido libre de la invasión de grandes almacenes, franquicias y hoteles de lujo, que no podían encajar en su trama tan menuda de parcelas y calles. Pero las estrategias urbanas de explotación, en esta ocasión impulsadas por la Autoridad Portuaria de Barcelona, no han parado hasta encontrar la solución: dominar la Barceloneta desde este extremo privilegiado con un cinco estrellas, fagocitar sus playas libres, colapsar sus infraestructuras, abrir un paseo marítimo que da perspectiva al hotel y deja de lado los baños populares, y dar un nuevo impulso a la expulsión de sus habitantes.
Ciertamente, todo es para el negocio del turismo, pero la ciudadanía descontenta (www.hotelvelabarcelona.com) anuncia para el próximo domingo sus acciones de rechazo.
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