Al Maliki pone a prueba su liderazgo
El primer ministro busca el respaldo popular para crear un Estado centralista

Su imagen aparece en todos los carteles electorales de la lista 302, El Estado de la Ley. Pero nada más lejos de la intención de Nuri al Maliki que cambiar su oficina de primer ministro por un puesto de consejero provincial. Se ha volcado en la campaña porque las elecciones celebradas ayer constituyen una importante prueba. Su resultado va a medir la popularidad de este político que alcanzó la jefatura del Gobierno iraquí en abril de 2006 por falta de consenso sobre los candidatos con más apoyos, y ha sido capaz de consolidar su poder a pesar de no contar con una milicia ni con un gran aparato de partido.
Por primera vez, los dos grandes partidos chiíes, Al Dawa y el Consejo Islámico Supremo de Irak (CISI), de Abdulaziz al Hakim, que constituyen el pilar del Gobierno chií, han concurrido separados a unas elecciones. El CISI defiende un Estado federal en el que las provincias chiíes del sur puedan acceder a una autonomía similar a la del Kurdistán, mientras Al Maliki es partidario de un Estado central fuerte. El resultado electoral será de alguna forma un referéndum a sus políticas.
El dirigente llegó al poder por casualidad y se ha convertido en un líder nacional
"Si Al Maliki sale fortalecido, acelerará las elecciones generales que deben convocarse entre diciembre de este año y febrero del próximo", dice un observador. Eso le daría la oportunidad de capitalizar el respaldo popular y de establecer un Gobierno centralista de mayoría chií. En las elecciones de ayer, cada zona del país tiene sus características. En el sur, Al Maliki reta el dominio de sus rivales chiíes. En el oeste, los jefes tribales que lucharon contra Al Qaeda plantan cara a los partidos religiosos suníes. En el norte, los árabes suníes que boicotearon los comicios de 2005 quieren ganar poder.
A pesar de que este hombre de aspecto apocado llegó al poder un poco por casualidad, su apuesta porque el Ejército se hiciera cargo de la seguridad del país y el éxito de las ofensivas militares contra las milicias que lanzó durante la primavera del año pasado, le han elevado a la estatura de líder nacional.
Militante del partido Al Dawa desde su juventud, Al Maliki (Hilla, 1950) siguió a sus líderes al exilio cuando a primeros de los años ochenta Sadam Husein decretó la pena de muerte para todos los integrantes de ese grupo chií. Tras el derrocamiento del dictador en 2003, el peso de la comunidad chií colocó a Al Dawa entre las principales fuerzas políticas y Al Maliki participó muy activamente en los procesos para definir Irak después de la invasión estadounidense como la redacción de la nueva Constitución o el comité que purgó el legado del partido Baaz.
En la primavera de 2006, Al Maliki no estaba en las quinielas para convertirse en primer ministro del primer Gobierno democrático de Irak. Además, tampoco era conocido del gran público. Pero la oposición de suníes y kurdos a la reelección del primer ministro interino, Ibrahim Jafaari, le catapultó inesperadamente a ese puesto, aunque fueron los votos de los seguidores de Múqtada al Sáder los que inclinaron la balanza del bloque chií. Medio año más tarde, ya se hablaba de su sustitución, ante la creciente pérdida de confianza de Estados Unidos.
Los jefes militares norteamericanos daban a entender que el primer ministro estaba protegiendo al Ejército del Mahdi (el brazo armado de los seguidores de Al Sáder) y a otras milicias chiíes. Al Maliki, por su parte, se quejaba del estricto calendario de avances que le dictaban los ocupantes. Mientras, la situación de seguridad no dejó de empeorar, lo que contribuyó a que aumentaran las apuestas sobre su inminente salida del Gobierno.
En la primavera de 2007 y contra pronóstico, el primer ministro logró superar el boicoteo a su Gabinete del grupo sadrista y las maniobras de su principal rival chií, Abdulaziz al Hakim, para formar un nuevo Ejecutivo que incluyera a grupos suníes moderados, además de los kurdos que ya formaban parte de la coalición gubernamental. Pero a pesar de ese esfuerzo, la insurgencia (esencialmente suní) no cesó y las venganzas de las milicias chiíes tampoco.
Sin embargo, su empeño en reforzar al Ejército iba a terminar dando resultado. Aunque su campaña inicial contra el Ejército del Mahdi en Basora produjo embarazosas imágenes de oficiales que se entregaban a los milicianos, los militares iraquíes terminaron tomando el control de la ciudad. El éxito de la operación animó al primer ministro a extenderla a Ciudad Sáder, el bastión de los sadristas en Bagdad. La determinación del Ejército pareció convencer a Al Sáder de que era mejor ceder el control, aunque algunos observadores hablan de un pacto.
Sea como fuere, desde entonces se han reducido significativamente la violencia política y su capacidad para haber frenado a las milicias chiíes le ganó la credibilidad de buena parte de la comunidad suní.
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