Hogar dulce hogar orgánico
Las primeras piezas de 2009 huyen de la rigidez y apuestan por un diseño amable

Cuando el frío aprieta en la calle uno se acuerda de lo cómodo que resulta quedarse en casa. Y son muchos los fríos de este invierno. Tal vez por eso sean también varios los diseñadores y los productores que han apostado por un retorno a lo orgánico, siempre más amable y cercano que las rigideces rectilíneas.
No sólo los edificios se han curvado, también los muebles se abrazan a esta nueva tendencia que quiere ser más doméstica que sensual y más cómoda que nostálgica.
Esta semana, en la primera feria del mueble del año, la de Colonia, se presentará la mecedora J. J. que el italiano Antonio Citterio ha diseñado para la empresa B&B. Esta silla-balancín, fabricada en madera de fresno y vestida con piel de cordero de Mongolia, tiene un respaldo de cinchas de varios colores que asegura un descanso tranquilo y acompasado, a la antigua. La pieza defiende la actualidad de ese uso, la urgencia de recuperar un sosiego ciertamente perdido.
Lo frío y lo barroco tendrán que luchar por permanecer; llega el organicismo
Si el diseño de los últimos años ha demostrado cómo llevar glamour a las viviendas, y cómo alimentar los sueños los posibles compradores, los nuevos productos quieren esforzarse en cuidar más su descanso que ese sueño. Así, la nueva ola de mobiliario doméstico busca recuperar el calor, seguramente mítico, que asociamos con la idea de hogar. Esa búsqueda de un diseño "personal e íntimo" -como lo describe el arquitecto milanés Citterio- no tiene fronteras: no se deja encasillar en formas o líneas, no quiere temer a ninguna tipología del mobiliario, no asocia los materiales al pasado ni al futuro. Y no ha hecho más que empezar.
Hace unos meses, fue la alemana firma Vitra la que dio el primer paso. A finales del año pasado esta empresa se lanzó a recuperar una pieza escultórica, de madera, ligera, atemporal y, ciertamente, orgánica. La silla Pretzel, de George Nelson (19081986), que ahora fabrica en palisandro, es un taburete abrazado por una cinta de madera que la rodea convirtiéndose a la vez en el respaldo y en los brazos de la butaca.
Nelson, un arquitecto formado en Yale, creía en la desaparición casi total del mobiliario. Defendía que los armarios, los sofás, y hasta las lámparas, debían integrarse en la arquitectura hasta esfumarse entre los muros para que una casa resultara verdaderamente cómoda. Pero, autor de míticas butacas como la silla Coconut, Nelson también afirmaba que, en ese marco neutral, sólo las sillas debían sobresalir. Cuando todo es silencio, puede resultar más cómodo que alguien diga algo.
La silla Pretzel lo intentó, pero casi no pudo hacerlo. Era un diseño exquisito, pero no consiguió arrancar. Y no fue su trazo sutil lo que la condenó a una vida breve. Las dificultades técnicas, para curvar unos laminados de madera tan finos, forzaron una producción muy limitada cuando Nelson la dibujó en 1952. Hoy las cosas han cambiado, la técnica ha evolucionado y resulta más fácil curvar y vestir de palisandro. Tal vez por eso la Pretzel vuelve. Lo insólito no es el regreso, lo extraño es que lo haga marcando un futuro.
Al tiempo que en el Design Museum de Weil am Rhein puede visitarse hasta la próxima primavera la exposición que celebra el centenario de su autor, Nelson, Vitra ha decidido cambiar la historia y recuperar su silla Pretzel "porque había demasiadas pocas en el mundo".
Son muchos los fabricantes que consideran que la crisis va acabar con dos extremos del diseño actual: lo frío y lo barroco tendrán que luchar por la permanencia. La vuelta a casa queda en medio de esa marea. Y el organicismo, el estilo que no teme a la curva y prefiere las maderas, la estética que atiende a la pluralidad de las formas de la naturaleza, tiene todos los números para regresar.

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