Ausencia y olvido

Todos los partidos políticos, a la hora de valorar el alto el fuego de ETA, han tenido un sentido recuerdo de las víctimas. Ellas son las que más han perdido en esta sinrazón que es el terrorismo; cientos, a lo largo de estos años, han perdido la vida, miles y miles la salud y varios millones la libertad.

En estos momentos, en los que entre la mayoría de españoles predomina una contenida esperanza de paz, las víctimas se ven de nuevo agredidas; agredidas por la idea de que en un plazo indeterminado los asesinos puedan disfrutar de la libertad que les negaron a sus deudos; agredidos por la amenaza del olvido de los poderes públicos y por la sociedad, en su lógico deseo de pasar página; agredidos porque, aun estando siempre del lado de las leyes y de la convivencia democrática, no pueden gozar ni siquiera levemente de la esperanza de la paz sin sentir dolorosamente las ausencias.

Quiero, desde estas líneas, como ciudadano, transmitirles mi apoyo; mantenerles en mi memoria por su entereza, su valor y su generosidad y animarles a que encuentren la fuerza necesaria para vivir sin rencor y sin dejarse manipular por voceros oportunistas.

Para terminar, una inevitable comparación me surge como pregunta: si todos estamos de acuerdo en que una de las peores cosas que pudiera ocurrirles a las víctimas del terrorismo es que fueran olvidadas por la sociedad, ¿por qué parece que nos atemoriza o nos repele (a unos más que a otros) tanto rendir un sincero homenaje de recuerdo a las víctimas de otra sinrazón como fueron las víctimas republicanas de la Guerra Civil y a las de la represión franquista, que también estaban del lado de la legalidad democráticamente establecida.