Culo y tomate
"Te voy a poner el culo como un tomate", decían las madres a sus hijos quizá díscolos, molestos o individualistas. "Lo siguen diciendo", me asegura mi hija Yamila. Ellas agarran al pequeño, le tumban sobre sus rodillas -¡nada como el regazo de una madre!-, se quitan la zapatilla -su arma predilecta: contra el hijo y la cucaracha- y enrojecen el lugar que parece inventado para ser pegado. El padre suele tener otra arma: "¡que me quito las correa!", dice el energúmeno doméstico. No estoy hablando de los niños quemados con cigarrillos, atados a la cama o dejados sin alimento, sino de los hogares corrientes. No es un drama español, aunque aquí haya especialistas en esa tortura. Cuando viví en Francia encontraba cada día en los periódicos una sección que se llamaba "les enfants martires": aquí, entonces, no eran noticia. En Gran Bretaña era una tradición de hogares y colegios: el vicio inglés, que se dice. Se suele ligar todo con formas especiales de sexualidad. Lejos la familia española de todo esto: la sexualidad, sea cual sea, hay que buscarla fuera de la familia. Son valores distintos.
Creo que, de todas maneras, en España ha bajado mucho este delito impune. Ya no se les pega en público. Antes el Madrid tan gustoso de sainete se solía interponer entre la verduga y el hijo: "¡Señora, no pegue usted al niño!", decían los que pasaban ante una paliza. Fue una ciudad a la que llamaban "alegre y confiada" (adjetivos de Benavente, 1916) y con una tendencia a la bondad pública. El mismo remolino se armaba cuando el cochero o el carretero daban latigazos al caballo caído por la fatiga, la vejez y el hambre. A veces había que apuntillarle mientras el carretero aún blandía el látigo. Pobre compañero, asno o mula, caballo flaco y triste: un madrileño muerto en la calle.
Tratan de que no pase más. El Consejo de Europa insta a España para que cumpla las directivas. Mi hija no cree en nada. Los niños, dice, no van a denunciar a sus padres, porque seguirán estando en sus manos, las manos de la bofetada. Los vecinos no declararán como testigos: En la comisaría no les harán caso. Y no les van a enviar, por una señal rojiza en el cuello, a un centro de acogida. Donde les pegan, les humillan, les dejan sin comida, y hay un "cuarto oscuro". ¿Qué harán ellos de mayores?
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