Una sociedad de clanes dividida entre el norte y el sur
"¿Que qué nos caracteriza? Pues lo que usted ve: la pobreza". Así responde Erkin, uno de los tantos descontentos por cómo se están desarrollando los acontecimientos en Kirguizistán y que, como los últimos tres días, esperaba junto con sus correligionarios a la entrada del Parlamento las nuevas decisiones de los legisladores mientras la nieve iba cubriendo la acera.
El otro rasgo característico de esta república centroasiática de poco más de cinco millones de habitantes son sus montañas. De los 198.500 kilómetros cuadrados que tiene, sólo un 7% son arables. El 65% de la población está en edad de trabajo -entre 15 y 64 años- y el 32% tiene menos de 15.
A pesar de la pobreza de la población, Kirguizistán tiene algunos recursos naturales importantes, sobre todo yacimientos de oro y metales codiciados. También tiene pequeñas explotaciones de carbón, petróleo y gas.
El idioma de los kirguizos es túrquico, parecido al kazajo y uzbeko. Predominantemente son musulmanes -un 75%- y la segunda religión importante es la cristiano-ortodoxa: un 20%. En el plano étnico, los kirguizos representan el 65% de la población, los uzbekos casi el 14% y los rusos el 12,5%.
En este país de un pasado nómada relativamente reciente y donde los clanes todavía desempeñan un papel clave, hay una clara división entre el sur y el norte del país, que están unidos por un paso montañoso que se puede bloquear con facilidad (algo que Askar Akáyev no atinó a hacer para impedir que los opositores del sur llegaran a la capital). Los norteños se consideran conservadores de las auténticas tradiciones nacionales kirguizas, mientras que los sureños las habrían perdido en gran parte, ya que esa zona formó parte del Janato de Kokand. Son precisamente las provincias del sur, limítrofes con Uzbekistán, las que han sido escenarios de los principales desórdenes y enfrentamientos ocurridos en los 15 años de vida independiente.
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