Campaña
En la desconfianza hacia las elecciones y sus protagonistas, tan presente en ese tópico de que votar sólo sirve para que todo siga igual, conviven dos actitudes de larga vigencia, una de origen autoritario (Bismarck, el prusiano canciller de hierro, afirmó: "Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de una cacería") y otra libertaria ("La verdad, la libertad y el derecho no están más en uno que en otro partido", les decía Proudhon a los obreros de París). Sin embargo, no conducen las dos hacia la abstención. Hay un componente cínico en los genes de la derecha que, más allá de toda reticencia, la conduce a votar. Cuenta con ello el Partido Popular en la campaña para las elecciones generales que se inició el viernes. Cuenta con la afluencia a las urnas de un bloque muy amplio, que limita al centro con los socialistas y carece de rivales de entidad en el otro extremo del espectro. Eso explica el inquieto deambular de ministros-candidatos entre salidas de tono y declaraciones de sonrojante brutalidad cuya función es, por decirlo así, la del perro pastor que controla el rebaño con sus ladridos para que no se disperse al entrar al corral. Es imprescindible para mantener la cohesión del grupo que el enemigo resulte despreciable y odioso, una amenaza sin discusión, y a esa imagen contribuyen los dirigentes del PP en cuanto tienen un micrófono al alcance de la voz, aunque espanten a segmentos de votantes templados por el sentido común. Son más complicadas las cosas para la izquierda, donde la diversidad es mayor y el desistimiento de una parte del electorado, más ingenuo y tenaz. Eso hace que la izquierda se acople a la pluralidad de exigencias de lo real, al precio de perder contundencia en la batalla maniquea por el poder. En una simplificación abusiva, se podría decir que el 14 de marzo se enfrentará un universo complejo y lleno de escrúpulos a otro tan duro como el pedernal, la España de la ideología y el patriotismo a la del matiz. Nada pone en peligro la eficacia de las elecciones democráticas para la producción de representación, gobierno y legitimidad. Ahora bien, si además tienen algún valor el consenso, el progreso, la convivencia y la responsabilidad, se dibuja, inquietante, otro perfil.
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