Nostalgia de otras derrotas y otras victorias
Las estampas de la jornada electoral nos equiparan con cualquier otra población europea en el ejercicio del voto, nos instalan aparentemente en la normalidad democrática convencional. "Las votaciones transcurren con entera normalidad, excepción hecha de algunos incidentes aislados, de escasa significación", rezaban los comunicados de los portavoces oficiales.
Sólo que las fotografías no detectan la tensión añadida que carga aquí las papeletas, no dan cuenta del temor ante el futuro, ni de esos votos airados arrojados, como piedras, a las urnas. Tampoco hablan de la angustia ambiental, de la desconfianza enorme con que nos miramos desde hace tantos años, cada uno desde su rincón. Optamos por obviar, por ejemplo, que la convocatoria electoral de ayer resultaba potencialmente peligrosa para los amenazados vascos, en la medida en que entrañaba una cita pública en un día y un lugar señalados.
Estamos tan habituados a la falsa normalidad vasca que ya no nos sorprende el espectáculo de los amenazados que van a votar escoltados, ni acusamos, aparentemente, la atmósfera opresiva que rodea la política vasca. Es como si hubiéramos renunciado a hacer de la jornada electoral una ocasión de encuentro, incluso festiva, con los vecinos, con los otros ciudadanos.
¿Para cuándo librarnos de la fatalidad de tener que contar los votos en la clave nacionalistas contra no nacionalistas, si de lo que se trataba ayer, supuestamente, era de elegir a los mejores alcaldes y diputados generales, a los más competentes, a los más honestos? ¿Cuánto habrá que esperar para que las elecciones en Euskadi sean simplemente el ejercicio libre y responsable del derecho a votar y decidir con naturalidad, sin la trascendencia que implica pensar que la patria está en peligro, sin el dramatismo de ver que la libertad, la democracia y la vida misma de algunos de nuestros vecinos está amenazada?
¿Cuándo lograremos desembarazarnos de esa concepción nefasta de "pertenencia", de los prejuicios ideológicos sectarios que nos fuerzan a votar a los nuestros, hagan lo que hagan, proyecten lo que proyecten, pase lo que pase? ¿Para cuándo la transversalidad mental y el espíritu crítico ciudadano multidireccional? ¿Para cuándo la normalidad democrática?
Deberíamos liberarnos de la concepción esencialista del "ser"vasco, aceptar que no hay más clase de vascos que los realmente existentes aquí y ahora. Tendríamos que huir de frases tan terribles como la de "sois como nosotros", que el lehendakari Ibarretxe pronunció durante su pasado mítin electoral en Barakaldo.Y a todos aquellos que, por lo visto, no pueden pasarse sin establecer la dicotomía, sin reproducir la dos Euskadis, deberíamos pedirles que, en todo caso, digan que "vosotros sois nosotros", que todos nos aceptemos como partes de lo mismo. ¿Para qué sirven las mareas de votos favorables si no hemos resuelto nada de esto? ¿Para que nos sirve la victoria si con ella ahondamos la sima de la división y el enfrentamiento, si no alejamos los temores y la incertidumbre?
No entraremos en la normalidad democrática hasta que no hayamos sentado las bases de la convivencia, hasta que no establezcamos el pleno reconocimiento mutuo, como eje vital de nuestra sociedad. No entraremos en la normalidad hasta que comprendamos que aunque las libertades públicas se transmiten y se heredan de generación en generación, la libertad no se transmite genéticamente, se conquista y obtiene individualmente, en el ejercicio personal intransferible de la voluntad y de la crítica y la autocrítica.
No llegaremos a la normalidad hasta que los que se sienten triunfadores no compartan con los perdedores la nostalgia por las formas y los modos con que en otras latitudes se producen las victorias y las derrotas.
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