Hora punta en el metro
Infrahumanidad, vergüenza, incompetencia, des-educación... Éstas son las palabras que cada mañana inundan mi mente al montar (¿o debería decir amontonar?) en Laguna en el vagón de la línea 6 de Metro dirección a Ciudad Universitaria.
Al principio una se extrañaba de cómo era posible superar tanto el aforo permitido de los vagones, de cómo la gente es capaz de aguantar los olores del de enfrente, los pelos en la boca de la chica de al lado, el pie del de detrás pisoteándote el abrigo, alguien metiéndote la mano en la mochila, los empujones de los que, hartos de dejar pasar trenes y trenes, deciden entrar a la fuerza. Ahora ya me he acostumbrado. Y no debería.
Mientras, el Gobierno dice incentivar el transporte público en detrimento del privado. Pero, señores, ¿no sería más lícito y un poco más razonable mejorar para ello el servicio público? Desde aquí invito, y creo hacerlo en nombre de todos los usuarios del metro de las ocho de la mañana, al señor Aznar y a toda su camarilla a que se de un paseíto en plena hora punta por el metro.
Lo triste es que me bajo del tren y continúa el agobio, la masificación, la gente a cientos agrupada para subir las escaleras mecánicas, para salir a la calle, para entrar a la facultad, para encontrar sitio en las clases. Una se levanta a las seis de la mañana para estar empujando, peleándose por un sitio en el que sentarse, hasta más de las nueve de la mañana.
Ruiz-Gallardón, la ciudad está sucia, Madrid ha dejado de ser un sitio habitable para convertirse en simple colocación de sus ciudadanos en colas. A propósito, enhorabuena por los parquímetros. Son realmente efectivos.
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