Éxito prefabricado
Cocó sufre como un parto la redacción de su segunda novela y sólo rompe su encierro para visitar a sus padres, rescatar a su compañero toxicómano, acostarse con un alemán que engaña a su mujer y acudir a cenas y fiestas de la movida shanghaíta. Así discurre el prefabricado éxito de Wei Hui, presentado como gran revelación de la cultura oriental contemporánea, acaso en correspondencia con la atávica (e interesada) falacia de que si un libro ha de ser un crack lo será de cualquier modo. La obra, empero, carece de la espontaneidad de una Coloma Fernández-Armero o de la retranca de una Goar Markosián-Kásper pese a que comparte con la española y la armenia la orgullosa condición de escritora joven con vocación iconoclasta. Si aceptamos que la filología, según los pioneros del formalismo, es 'la ciencia de la lectura lenta y reiterada', podremos enfrentarnos a este libro con la mitad de garantías porque la morosidad está asegurada pero la posibilidad de repetir su lectura parece descartada. La pretensión de Hui de arrimar el ascua de la narración a la sardina de una sexualidad provocadora se difumina en varios niveles: el de la credibilidad (quizá por demasiado reales, problemas como la impotencia, la drogodependencia y el hermetismo de Tiantián, su novio, resultan lugares clamorosamente comunes), el de la originalidad (sacrificada a una miscelánea de referencias que van de Janis Joplin a las manifestaciones anti-OTAN) y el de la coherencia de un relato que naufraga en las aguas de lo dudosamente autobiográfico.
SHANGHAI BABY
Wei Hui Traducción de R. A. Cornejo y L. Arsovska Planeta. Barcelona, 2002 272 páginas. 17 euros
Muchas grandes editoriales suspiran por la excelencia de los editores artesanos -capaces de fidelizar a públicos ávidos de textos literarios de calidad-, pero ignoran los más elementales trámites, que (dejando aparte la vulneradísima Ley de Propiedad Intelectual) pasan por contratar traducciones cabales o, simplemente, revisar -que no planchar, ojo- los textos. En este caso, arropado con un gran despliegue publicitario, parece incongruente que se escatime un servicio tan ignorado como valioso.
Sería injusto, sin embargo, negarle todo interés a un libro que también da cuenta de la transformación de la ciudad de Shanghai en los estertores del siglo XX y llama la atención sobre el desconcierto en que se sume una juventud huérfana ante la incapacidad de un régimen basado en el sálvese quien pueda para aglutinar las ilusiones de dos generaciones de chinos a los que la emigración ha condicionado grave y dolorosamente.
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