La confirmación de una estrella
Estaba anunciada a comienzos de temporada Julia Varady para este concierto lírico. Sin ninguna explicación (y no es la primera vez) el Real sustituyó a una de las pocas cantantes míticas vivas por una soprano familiar. Ana María Sánchez dividió su actuación entre Verdi y la zarzuela. En el gran compositor operístico italiano no tenía nada que demostrar. Es, de hecho, nuestra voz más verdiana. Tampoco López Cobos tenía nada que demostrar. Pero el público espera siempre ese punto de maestría de sus artistas preferidos. En esta ocasión tardó en llegar. La obertura de La forza del destino fue bastante insustancial y la de Aida excesivamente grandilocuente. Por otra parte, la soprano resolvió su primera intervención -Tu che le vanità, de Don Carlo- sin ninguna pegada, es decir, con corrección pero sin emoción. Algo raro estaba pasando. El academicismo se imponía a la pasión. Era como si les hubiese tocado la lotería a los artistas y estuviesen con una relajación excesiva. López Cobos y Ana María Sánchez se pasaron toda la primera parte desperezándose y solamente al final elevaron el nivel. Él, con la obertura de I vespri siciliani; ella, con una Canzone del salice en la que su enorme clase empezaba a asomar ya de forma irreversible.
Ana María Sánchez
Orquesta Sinfónica de Madrid. Director: Jesús López Cobos. Concierto lírico. Obras de Verdi, Giménez, Chueca, Chapí, Sorozábal, Granados, Fernández Caballero y Puccini. Teatro Real. Madrid, 22 de diciembre.
La segunda parte del concierto fue extraordinaria. López Cobos, que acompaño siempre impecablemente, se desmelenó con un brillante preludio de El bateo, de Chapí, y, posteriormente, con un primoroso intermedio de Goyescas. Esto ya era otra cosa. ¿Y la soprano? Pues la soprano destapó el tarro de las esencias, y con su voz cálida y homogénea, su transparente dicción y su exquisito fraseo pasó de La tempranica a El barquillero, en plan de gran señora del canto, para desembocar en una sublime versión de una de las romanzas más queridas de La del manojo de rosas y en una poderosa lectura de Ésta es su carta de Gigantes y cabezudos. Ana María Sánchez estaba arrebatadora -'de dulce', le gritó un espontáneo- y para rematar la faena se adentró en Puccini, cerrando el concierto con un Vissi d'arte, de Tosca, realmente conmovedor. Lo más importante de todo fue comprobar la madurez, la personalidad de la cantante en este terreno tan difícil del recital con orquesta. Esa voz lírico-spinto tan atractiva, esa sensación de dominio textual y teatral, esa musicalidad innata. Ha confirmado en Madrid su categoría de gran cantante.
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