Una acuarela marismeña
Los senderos de los centros de visitantes permiten incursiones libres y gratuitas en ecosistemas de Doñana

El Rocío se inclina durante casi todo el año hacia el natural bucólico, que en nada se asemeja a esos días rituales en los que un gentío enfervorizado se apiña sobre calles de arena para participar en una romería antigua y masificada. En pocas semanas, la marabunta de peregrinos volverá a invadir la aldea de Almonte (Huelva) para participar en la cita, a mitad de camino entre la devoción y el jolgorio, o tal vez las dos cosas a un tiempo. Hasta entonces, El Rocío es un lugar idóneo para iniciar la aproximación al coto de Doñana.
De lejos, la aldea parece salida de la inspiración de un paisajista del XIX de personalidad más romántica que tenebrosa. A excepción de los negocios rocieros, que evidencian que la fe no sólo mueve montañas, el paraje proporciona una sensación de quietud y estancamiento, que bien pudiera ser engañosa para quienes lo visitan por primera vez. Entre las lagunas que conforman la marisma pastan caballos de estomágos bien atendidos, que provocan punzadas de rencor entre los bípedos apresurados.
Gracias a este año de lluvias, la acuarela rociera está marcada por una gama de verdes bruñidos, que compiten con el blanco inmaculado de la ermita mientras mira al agua. A veces uno ciega más que otro. Cuando gana el santuario, El Rocío se transforma en un puerto pesquero donde reinan símbolos del mar como las conchas de vieira. Si predomina lo verde, la aldea puede confundirse con una campiña cántabra sobre la que zascandilean caballos y vacas. Gane el que gane, es un lugar idóneo para el arte contemplativo, una vez concluido el paseo de rigor entre las callejas de arena que separan esa especie de casas fantasma que conforman la aldea y que cobran vida en los días del rito religioso. La arena le da un toque de decorado del oeste con vías polvorientas a lo OK Corral, donde de un momento a otro se espera el olor a pólvora de algún duelo imaginario desatado por una mirada desafiante.
Los únicos retos, sin embargo, son los que se entrecruzan turistas pertrechados tras objetivos y sus ocasionales modelos. Hay algunos que buscan el toque peculiar que proporcionan jóvenes de cintura de avispa enfundadas en trajes rocieros. Aunque desafiar al vigilante de coches también puede tener su miga de riesgo.
Desde El Rocío hasta el centro de visitantes de El Acebuche se tarda poco más de diez minutos siguiendo la carretera que conduce hacia Matalascañas. Alrededor del Parque Nacional de Doñana se reparten cinco centros de visitantes, que pueden ser un buen punto de partida para adentrarse en los ecosistemas del espacio a través de visitas libres y gratuitas. Las restricciones en el acceso al interior del parque para reducir el impacto pueden dejar con un palmo de narices a los visitantes que no han planificado con antelación la ruta por la alta demanda. Una forma de sustituir la visita guiada a través de Doñana son los senderos peatonales que parten desde los centros de visitantes.
En El Acebuche, además, se ha abierto un nuevo camino que conduce hasta las lagunas del Huerto y de las Pajas, de unos cuatro kilómetros, que está jalonado por una serie de observatorios para contemplar aves acuáticas como el calamón, la polla de agua, la garza real, la focha común, el somormujo lavanco o el pato colorado. Para ello es altamente recomendable llevar prismáticos y visitar la zona en la época de mayor presencia de avifauna.
Los cotos que rodean las lagunas, además, son zonas ideales para la reproducción de algunas rapaces, que aprovechan los bosquetes de pinos y los pastizales y matorrales para alimentarse. Entre las especies de esta zona, los paneles informativos citan al mochuelo común, al autillo, al cernícalo común, el águila culebrera, el milano negro o el aguilucho lagunero.
Hay también un observatorio para las cigüeñas, pero que esté la infraestructura no quiere decir que esté asegurado el avistamiento. Aunque esto resulte obvio, algunos visitantes actúan casi como si esperasen que la fauna tuviese horas fijas de exhibición. Ni aves, ni mucho menos los mamíferos que pululan por la zona como los gamos, ciervos o jabalíes, se someten al deseo del excursionista que espera encontrar un mosaico faunístico en Doñana esperando un retrato.

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