Con la leña a cuestas
Una vieja senda de gabarreros sube al alto de Navacerrada por la zona más agreste del pinar de Valsaín
Nadie sabría decir por qué se construyó en 1788 la carretera del puerto de Navacerrada. Para comunicar Madrid con Segovia y La Granja, cualquier ingeniero moderno habría optado, como ya hicieron los romanos, por el de la Fuenfría, que es 64 metros más bajo, recibe, por ende, menos nieve y ofrece pendientes más suaves, sobre todo en la vertiente septentrional. Pero CarlosIII, que fue el padre de todos los inaugurators, se gastó un millón de reales en cada legua de esta vía, que estaba condenada, sin quitanieves, a seis meses de inutilidad; eso, por no hablar de las Siete Revueltas, que aún les cortan a los viajeros hasta la primera leche. Nada tiene de extraño que, hasta bien entrado nuestro siglo, la gente no pasara por el alto de Navacerrada si no era huyendo de la Guardia Civil.Prueba de ello es que, 50 años después, el misionero evangelista George Borrow pasó por este puerto camino de Segovia y consignó: "Es muy poco frecuentado... Tiene, además, muy mala reputación: todos dicen que se halla infestado de ladrones... Acababa de ponerse el sol cuando llegamos al alto, y entramos en un espeso y sombrío pinar que cubre enteramente las montañas por la parte de Castilla la Vieja... A veces percibíamos a cierta distancia, entre los árboles, unas llamaradas como de inmensas hogueras". Su criado le advirtió: "Son los carboneros, mon maître. No debemos acercarnos porque son gente bárbara, medio bandidos. Han matado y robado a muchos viajeros en estas horribles soledades" (La Biblia en España). De poco había servido, como se ve, la regia carretera.
Antes de todo lo dicho, en este "sombrío y espeso pinar" sólo había sendas de gabarreros. Estos serranos de hierro vivían de cortar leña y acarrearla a Valsaín con sus mulas, y para subir a lo más alto del valle no se andaban con los remilgos carreteros y las revueltas de ahora, sino que lo hacían a repecho por el camino de la Sotela, remontando el arroyo de las Pintadas -tributario del Eresma- hasta su nacimiento en la misma escotadura del puerto.
Para coger el camino de la Sotela vamos a acercarnos en coche hasta la última de las Siete Revueltas -a contar desde el puerto de Navacerrada-, donde nos echaremos a andar por la pista forestal asfaltada que surge a mano derecha. En un cuarto de hora, nada más cruzar el arroyo de las Pintadas, nos desviaremos a la diestra por otra pista asfaltada que poco a poco va perdiendo el firme y que, después de obligarnos a vadear el arroyo Seco o de las Fuentes -afluente del de las Pintadas-, se extingue como a media hora del inicio en un explanada con signos evidentes -cortezas de árboles, huellas de camiones y bulldozers...- de ser un cargadero de madera.
Numerosas vías de saca y arrastraderos de troncos confluyen en este claro del pinar, haciendo un tanto confusa la prosecución. Para acertar, hay que seguir de frente por una senda pedregosa que enseguida cruza el arroyo de las Pintadas; en la primera bifurcación, junto a la orilla, tomar por el ramal que asciende a mano derecha y, un centenar de metros más arriba, al pie de un alto pino aislado que parece dirigir la circulación, tirar a la izquierda por el camino menos trillado, si bien está marcado a partir de aquí con hitos.
Durante la hora que resta de subida, el camino de la Sotela corre nítido por un boscoso reventadero, de otra forma inaccesible, donde los árboles vivos y los caídos se entretejen formando una selva romántica, no tocada por el hombre. Lástima que a cinco minutos del puerto empiecen a menudear los plásticos, los trineos rotos y hasta los sintasoles sobre los que se deslizaron los domingueros el invierno pasado. E1 camino desemboca en el puerto junto a la señal del límite Madrid-Segovia, donde antaño estaba el mirador de las Dos Castillas y ahora sólo hay un arcén de asfalto resquebrajado, ruido de coches y polución. Para este viaje, la verdad, mejor hubiera sido que CarlosIII se quedase en Madrid inaugurando puertas de Alcalá.
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