La Fundación Miró dedica una retrospectiva al ingenio y el genio del diseñador André Ricard
No hay prácticamente vitrinas, pero no hacen falta porque la mayor parte de los objetos que se exhiben en la retrospectiva dedicada a André Ricard (Barcelona, 1929) que ayer se inauguró en la Fundación Miró de Barcelona son, como indica el subtítulo, "diseño de lo cotidiano". Incluye no sólo una selección de los objetos diseñados por Ricard durante 40 años en una de las trayectorias más ejemplares del sector en España, sino también una muestra de objetos que, como los suyos, aúnan ingenio y genio para intentar que la vida del hombre en la tierra sea más llevadera.
La retrospectiva de Ricard, abierta hasta el 4 de julio, es una de las exposiciones oficiales de la V Primavera del Diseño de Barcelona y, según explicó ayer Oriol Pibernat, responsable de esta edición y a la vez comisario de la exposición junto a Pedro Azara, "es un homenaje no en el sentido de veneración, sino de reconocimiento al trabajo hecho". Pibernat agregó que se trata de una exposición de tesis en la que se intenta no sólo mostrar unas obras, sino también "explicar que el diseño está presente y puede estarlo en todo lo que nos rodea". También, añade, pretende "demostrar que la cultura del objeto industrial puede y debe tender un vínculo hacia la cultura artesanal". El montaje de la exposición, a cargo de Victòria Garriga y Pedro Azara, intenta enfatizar estos elementos mediante una presentación que aúna lo espectacular con la simplicidad. El recorrido modifica por completo el espacio de la Fundación Miró, cuyas paredes aparecen más blancas y menos rústicas que nunca. Comienza con una sala dedicada a objetos de "diseño artesanal" como, por ejemplo, un peine africano del siglo XVIII similar a los que se usan ahora para los peinados afro y un sencillo porrón de vidrio. Un conjunto de ceniceros Copenhaguen, de 1966, introduce al visitante en la obra de Ricard y es -junto a las pinzas de hielo Arce, de 1962, y la lámpara Tatú, de 1972- de los pocos objetos a los que se ha dedicado un espacio monográfico. A lo largo del recorrido, el espectador va encontrando diversos objetos diseñados por Ricard. Elementos cotidianos de marcas conocidas como, por ejemplo, la botella de leche Rania, que en la versión de Ricard en 1967 fue la primera en incorporar una hendidura tórica que permitía asir el envase más fácilmente; el exprimidor de naranjas Moulinex; el interruptor de luz Ibiza, que aún sigue siendo habitual en muchas casas por su sistema fácil y silencioso; los envases de Norit y el cubo de basura con pedal de Tatay. También aparecen otros diseños más exquisitos: vajillas, juegos de café o de aperitivo, lámparas, encendedores, ceniceros, colgadores o dietarios, para citar algunos. Veinte de estos objetos se explican también a través de audiovisuales no tanto en función de su proceso de creación, sino de la utilidad que les ha dado fama. En otro apartado, más recogido, se recogen algunos elementos en los que el carácter simbólico predomina sobre su necesidad funcional. Impresiona ver en fila india, por ejemplo, un conjunto de 57 frascos de perfume de la marca Puig, con la que Ricard ha colaborado tradicionalmente, que abarcan desde el primer frasco de agua de lavanda hasta el último para el producto Diavolo. Las antorchas y medallas olímpicas así como una serie de relojes realizados por encargo de distintas instituciones o marcas se exhiben casi en secreto, para reflejar tal vez la menor importancia que tienen en la trayectoria global del creador. El recorrido finaliza con el prototipo de la papelera que Ricard ha diseñado para la Diputación de Barcelona. Realizada en aluminio, plancha de acero y madera de pino tratada, incorpora un receptáculo para la recogida de pilas y otros dos para la recogida selectiva de basura.
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