Violencia

Se diría que hablar sobre la violencia se ha puesto de moda: hoy es un tema de debate muy común en todo el mundo. Tal vez la Humanidad esté empezando a asquearse de verdad de los violentos. Antes ya hubo voces críticas, desde la Lisístrata de Aristófanes, que obligó a su peleón marido a dejar las armas so pena de no volver a hacer el amor, hasta las movilizaciones internacionalistas contra la I Guerra Mundial. Pero siempre fueron actitudes minoritarias.Quiero decir que, desde que el mundo es mundo, la gente ha visto la violencia (esto es, su violencia) como algo lícito. Las guerras siempre fueron consideradas justas; la tortura era algo natural hasta el siglo XVIII; y, mientras que duró la esclavitud, matar a un esclavo no estaba mal visto. No nos andemos por las ramas: mi generación defendía la violencia en los años setenta. Apoyábamos al Che, a la ETA de entonces. Los impresentables etarras de hoy han crecido de nuestras contradicciones y a nuestros pechos.
Sin embargo, ahora me parece advertir un desasosiego ético mayor en este asunto. Las guerras del Golfo carecen de brillo épico; y, desde luego, el terrorismo es condenado unánimemente. Pero, para que funcione esa condena, hay que ser coherentes. The New York Times decía hace unos días que los kurdos tenían que renunciar de una vez por todas a la violencia. ¿Pero acaso habría prestado alguien atención a esos 10 millones de desgraciados kurdos si no hubieran cometido actos degradantes y brutales? Tomemos a los saharauis, por ejemplo: un pueblo heroico que ha decidido luchar sin terrorismo porque sabe que asesinar corrompe al asesino. Pero ahí están, abandonados en el pozo del olvido y sin conseguir sus aspiraciones. Más le valdría a la comunidad internacional apoyar a los pueblos no violentos: es el único modo de que el discurso de la paz tenga sentido.
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