El virus finisecular
Kósovo es una palabra que, a pesar del desgaste de la actualidad informativa, me parece hermosa. Lo del frente kosovar, sin embargo, suena a mentira idiotizante. ¿Qué pasa en los Balcanes? ¿Cuáles son las verdaderas causas de que retornen eternamente las tragedias a esta región del planeta? ¿Tienen algo que ver los intereses de los países poderosos, europeos y no, en el control político y económico, o sea, absoluto, de las poblaciones musulmanas en Europa? ¿Cómo es posible que estemos sufriendo, una vez más, los terribles efectos de un conflicto bélico tan anunciado? ¿Tendrá la culpa la tremenda fotogenia del paisaje balcánico? ¿La eufonía de sus topónimos? Vaya por delante que ni pretendo hacerme la listilla ni creo en la teoría de "la conjuración judeomasónica" como causa y justificación de todos los males. No es tan cómodo ni tan ajeno el problema.Si escribo estas palabras, movida por la indignación y la tristeza, es porque me sé portadora y transmisora de un letal virus finisecular. No me refiero al virus del sida, sino al que nos atenaza -mientras supuramos una contagiosa impotencia culpable- cuando vemos los informativos de las distintas cadenas, leemos periódicos, hablamos con amigos y/o callamos. Los focos de infección se confunden con las soluciones. Hay quien se sumerge en redes sin fronteras. Y quien denuncia injusticias con artística vehemencia. E incluso quien trabaja en alguna ONG. Las infinitas manifestaciones de la enfermedad y su alcance planetario son una viva muestra de que estamos ante la epidemia. Lo más probable es que, en el fondo, todo tenga una explicación elemental: hay que sobrevivir. A medida que aumentan los medios para crear y transmitir barbaries, lo mejor (lo más razonable) es inhibirse. Los desajustes éticos que genera esta sabia conducta se alivian, en parte, haciéndose algunas preguntas al ver las noticias, o leyendo a Orwell, por ejemplo. (Estamos a la espera de la solución definitiva: la Viagra sentimental multisex).- .
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