Exabruptos
La psicosis conspiratoria forma parte de nuestra educación sentimental, y por eso cada vez que los políticos dicen algo improcedente pensamos que lo han dejado escapar calculadamente, salvo en el caso del excelentísimo señor portavoz del Gobierno, Miguel Ángel Rodríguez, al que se le entiende todo. Por eso, los pretendidos exabruptos de Pujol y González han sido saludados por sus clientelas o por los pujólogos y felipólogos más perseverantes como astutos deslices de calculadísimos objetivos. Examinando de cerca el chulear de Pujol a costa de peperos y feliperos o el adrenalinazo de González contra jueces y sindicalistas del crimen llego a la conclusión, cuestionable sin duda, de que el uno y el otro hablaron así porque se lo pedía el cuerpo, especialmente la zona erógena de las narices.Pujol no tiene sentido del humor porque se reconoce a sí mismo como una criatura en la que la historia y la geografía se han hecho metafísica y a González la paciencia se le ha convertido en agriado requesón tras los años en que como presidente de Gobierno tenía que, por consiguiente y a su juicio, disimular las ganas que tenía de liarse a leches, con perdón, con todo lo que le cuestionaba. Desde su papel de general De Gaulle de Cataluña, de vez en cuando a Pujol le encantan las cargas verbales con el sable por delante, y en cuanto a González, si alguna vez dejara la política, contestaría contundentemente, una por una las infamias que a su juicio o por consiguiente ha tenido que tragarse durante casi tres lustros.
Tanto Pujol como González deberían aprender de Anguita. Instalado en el territorio de la metáfora, diga exabruptos o no los diga, Anguita siempre habla en verso. Menos rico el almacén lingüístico de Pujol o González, cuando dejan de decir, que no hacer, calculadas obviedades, sólo dicen lo que piensan.
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