Rotunda madurez

Apenas 15 años separan las fechas de nacimiento de Gary Bartz (1940) y Mulgrew Miller (1955). Todo un mundo si se tiene en cuenta que es el mismo espacio temporal que media entre el jazz electrificado (aspirante a fenómeno de masas) del inicio de los setenta y los balbuceos del movimiento conservacionista de lo acústico de mitad, de los ochenta. Ambos alcanzaron notoriedad en el centro de cada corriente, pero han terminado por confluir en una esplendorosa segunda madurez.El pianista abrazó en el San Juan una ortodoxia tolerante, tan abierta a vistosos recursos ideados por Oscar Peterson como a la poética arrebatada y plena de virtuosismo de Keith Jarret. El mejor Miller surgió, sin embargo, de la reflexión sobre el legado de Thelonious Monk. Imprevisible y disonante, regaló un blues de pura cepa monkiana, además de bordar un par de clásicos y cargar de vigor africano un delicado vals. En el trabajo de apoyo, el contrbajista Richie Goods lució una agilidad olímpica sobre un sonido francamente mejorable, y el batería Ron Savage contradijo su apellido con un baqueteo dedicado y lleno de sentido común.

Cambio de signo

Como un mimado reserva de lujo, Bartz saliló en la segunda parte para cambiar el signo del concierto; en adelante, el cuarteto se dispuso a apurar la inagotable lección de John Coltrane.El saxofonista arrimó el timbre de su alto al del tenor maestro en algunos originales de interés hasta desembocar en dos maravillosas intenciones coltranianas: Mr. Knight, un blues de influencia india, y Wise one, una emocionante plegaria en la que la afición madrileña pudo rendir callado homenaje al inolvidable Ebbe Traberg, un gran poeta y periodista pero, ante todo, un enorme aficionado al jazz.