Herida

La reapertura del proceso por la muerte de Enrique Ruano reivindica a dos generaciones, afirma la existencia de dos legitimidades divergentes y posiblemente afile la espada que corta a España en dos. La decisión del Supremo sustenta, por un lado, el lícito deseo de una familia, la del estudiante presuntamente asesinado por la policía de Franco, de exigir justicia. Es privilegio de los vivos recordar a los muertos, y a menudo la paz de una buena memoria se logra si la violencia o la mentira o el olvido forzoso son arrojados -como una mortaja podrida- de la tumba, así al fin sosegada y digna de ser el mortal lecho de un cuerpo que quisimos.Todos los dictadores guardan en sus armarios un cadáver que vive para culparles: Ben Barka a Hassan III, Humberto Delgado al Portugal de Salazar, Grimau al franquismo rubricado por Fraga Iribarne. Mi generación vivió, en un registro inicialmente menos político, el caso Ruano, y saber ahora que el tiempo no ha fundido en el humo de su inclemencia, a verdugos y víctima también devuelve un sentido a los gestos de ira, de dolor, de miedo, de aquel enero de 1969.
Pero a los que, por edad, no tienen en su piel la cicatriz de esa muerte, igualmente les puede afectar esta decisión judicial. La posible condena de los tres policías que "pasearon con Ruano" sería motivo de consolación para todos los votantes de un gobierno de progreso que esperaron en vano, y aún confían, en la operación limpieza de unos cuerpos de seguridad repletos de nombres salpicados por la sospecha de la sangre y sucesivamente jaleados, protegidos y ascendidos por ministros del Interior de irreprochable historial democrático. ¿Podrán los jueces ser el instrumento. de que a una de las dos Españas no le hiele la otra el corazón, donde un rescoldo aún arde bajo la ceniza de tanta desmemoria?
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