La ley y el orden
Desde Porriño a Blackpool, un solo grito: "¡La ley, la tradición y el orden deben volver!". Lo ha dicho Fraga, lo ha dicho Major. Uno de los dos -ya no sé cuál, pero da Igual: se trata de un mismo sujeto- añadió: "Entre los anos cincuenta y sesenta se hicieron muchas cosas mal hechas. Es tiempo de enmienda". Hay algo más en estas palabras que un nuevo capítulo del implacable ajuste de cuentas que la derecha pasa al progresismo desde la caída del mundo del Este. Algo más que un subrayado de su victoria ideológica, que una bravuconada de mitin o que un telón de fondo sutilmente dispuesto por la industria cultural para reactivar la fértil melancolía de The Beatles. Es un programa.Desarmada, estrábica, apartada en casi toda Europa del poder, la izquierda comprueba cómo la derecha está lejos de ofrecerle un armisticio honorable: ni cultural ni político ni económico. Y es esto último, en plena crisis, lo que cuenta. Detrás de las amenazas de Fraga o de Major no hay la sola tentación -siempre protofascista, aplicada a la política- del "retorno a los buenos tiempos", sin sexo, droga, ni rock and roll. Todo eso es agua pasada, depurada para siempre en los bajos del sistema.
Hoy, la invocación de la ley y el orden, así proferida, tiene tan sólo una lectura posible: el desguace del Estado de bienestar. Mientras los intelectuales y los políticos razonables examinan el mecanismo de un modelo social desgastado -desgastado, entre otras muchas razones, porque cada vez son más quienes lo usan y quienes a él aspiran- los autoritarios irrevocables despiertan de su letargo: "Digan lo que digan vagos y holgazanes, habrá desguace". En Europa, en los años cincuenta y sesenta, efectivamente, se hicieron muchas cosas mal hechas. Entre ellas, extender la posibilidad de una vida digna a muchos millones de personas. En ello piensan cuando alzan la vieja cachiporra.
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