El insomne

Hay gente que se levanta a media noche y se pone a meter barquitos. en botellas de cristal o a hacer la torre Eiffel con palillos de dientes. Algunos disecan mariposas o se entregan al vicio filatélico. Luego, cuando se jubilan, los sacan en la tele para mostrar al público cómo hacer un buen uso del insomnio. La verdad es que estos sujetos de los barquitos y demás son unos farsantes. El verdadero insomne no pierde nunca la esperanza de dormirse, de ahí que no se levante de la cama, aunque se muera de sed o de vigilia: pone el mismo empeño en perder la conciencia que el otro en introducir la Santa María en un frasco de licor de guindas, sólo que éste disfruta y aquél, por lo general, se desespera.
El verdadero insomne no es que no se levante, es que ni siquiera abre los ojos por miedo a despertarse más. Y con los ojos cerrados flota en una atmósfera blancuzca, llena de nada, que a lo mejor es la conciencia. Porque el insomne discurre mucho, aunque no llega a ninguna conclusión. Lo peor que puedes hacer en un ataque de insomnio, además de ceder a la tentación de levantarte a beber agua o contar corderitos, es ponerte a odiar a alguien; el odio es como intentar dormir con una nevera ronroneando al otro extremo del dormitorio. Lo primero que hacen los insomnes cuando entran en la habitación de un hotel es desenchufar el frigorífico del minibar, aunque sea muy silencioso, porque los motores de esos trastos tienen, como el rencor, un termostato que se activa justo en el momento en que la tensión muscular comienza a ceder.
Lo mejor para combatir el insomnio es imaginarte metiendo barquitos en botellas de cristal o haciendo rascacielos famosos con palillos. Esa clase de locos fue inventada por los insomnes y por eso los sacan en la tele, porque parecen pesadillas.
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