El trauma de una tercera vuelta

Kenneth Baker, presidente del Partido Conservador y lealista, ha sido el último en sumarse a quienes claman contra las actuales normas para la elección del líder tory. Baker señaló ayer que los 52 votos de ventaja obtenidos por la primera ministra hubiesen sido más que suficientes para proporcionar una holgada victoria a Margaret Thatcher. A la primera ministra se le atravesó la exigencia de contar con un 15% más de sufragios que su rival: se quedó a cuatro del límite.

En la segunda ronda, abierta a todo el que desee presentarse, desaparece esta condición y gana quien obtenga la mayoría absoluta (187 votos) de los 372 parlamentarios. Si ninguno alcanza ese límite el martes, el jueves siguiente habría una última votación entre los tres más votados en la segunda ronda. Los electores tendrían que numerar sus candidatos en orden de preferencia. El tercero sería eliminado y sus papeletas se repartirían entre los dos contendientes.

Si para los conservadores ya es traumático ir a una segunda vuelta, el prolongar la agonía un par de días más sería insoportable. Nunca hubo una tercera consulta.