Vísperas de nada
Cuentan que en Madrid hubo estos últimos días un carnaval. ¿Qué patraña es ésa de un carnaval secreto, absorbido por una ciudad ensordecedora que no le permite extenderse como una epidemia? Un carnaval o lo es de una ciudad entera o se queda en guateque heterodoxo, de ésos que, desde que aquí huele por todas partes a dinero volátil, se montan por docenas. Y lo más probable es que ese supuesto carnaval de Madrid sea residuo de un invento de Enrique Tierno, aquel imaginativo alcalde agnóstico -pero paradójicamente aficionado a las resurrecciones- cuya más famosa criatura, la llamada movida, se le quedó inmóvil entre las manos antes de que inventor e invento pasaran a mejor vida.El único carnaval visible estos días en Madrid ha sido, para escándalo de taxistas, una cabalgata celebrada en Recoletos con apariencia tan dulce como la de Reyes Magos.
¿Y qué hace la palabra carnaval, sinónimo de incredulidad y de exceso en vísperas de beatería y de comedimiento, aplicada a una parada de parvulario? Ningún signo -aparte de niños de variadas edades travestidos con rutina- de que se produjera ese explosivo contagio ambiental que en un verdadero carnaval se extiende como una peste por aceras, tabernas, esquinas imprevistas y sobre todo por los entresijos de la vida de paredes adentro.
Sin este compulsivo contagio ambiental no hay carnaval que valga. ¿Cómo va a haber carnaval en una ciudad que hace tiempo se olvidó de su cuaresma?
Un carnaval es una ciudad -toda ella- hecha teatro de carnaza e irreverencia o no es nada, aparte de argucia municipal para suavizar presupuestos con espinas atravesadas o un protocolo burocrático que finge recuperar tradiciones irrecuperables, para siempre extinguidas, y que no hay milagrero que resucite.
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