La muerte
Dos ejecuciones aplicadas durante la pasada semana han replanteado el debate de la pena de muerte. La muerte sólo puede ser considerada un castigo medido para los que creen en un más allá purificador que revivificará en el bien al condenado. Los materialistas interpretan la muerte como un simple acto aniquilador, y dar la muerte a otro supone quitarle la vida, el Todo.Las sentencias de muerte ejecutadas en La Habana han provocado dos tipos de reacciones: un sano rechazo de cuantos consideramos que la vida es un derecho humano fundamental y que ningún poder político tiene legitimidad para quitarla, y un rechazo un tanto cínico de quienes utilizaban el hecho para condenar a Castro. Si indultaba era un cómplice del narcotráfico, si los ejecutaba era un estadista sádico, y además tampoco se limpiaba de la sospecha de complicidad. Quizá quede un tercer sector de opinión más simple, el que considera que el mejor narcotraficante es el narcotraficante muerto.
Débiles, muy débiles han sido en cambio las reacciones ante la doble electrocución de un joven negro débil mental. Cuando el Estado asesina avalado por haber suscrito los derechos del hombre es otra cosa, y si además ese Estado es el Estado patrón del que vienen los misiles, las peladillas y los servicios secretos amigos, entonces ese poder puede electrocutar a débiles mentales mereciendo simplemente un parpadeo, tal vez de disgusto. Hay que condenar la matanza de estudiantes chinos porque es un evidente acto de barbarie, pero en cambio cuando los muertos son desesperados venezolanos abatidos por ráfagas de ametralladora democrática, entonces se ladea suavemente la cabeza y se contempla el paisaje.
Por lo visto, la muerte aún está alineada dentro de la guerra fría y la crueldad sólo es patrimonio del enemigo. Por lo visto y por lo no visto. Por lo leído y por lo no leído.
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