En el tejado
Levantamos los ojos y les vemos. Están de pie en el tejado, y no parecen ser los violinistas. Suele suceder de vez en cuando, casi con exactitud estacional, como si la huida hacia arriba respondiera a una pulsión hereditaria de la especie cautiva. Será que en los genes de cada preso -y todos somos presos potenciales- hay un cromosoma perdido de la cigüeña que nos trajo al mundo y que añora la esbeltez del campanario, la explosión del aire cálido en las crestas del Sur, el chapoteo juguetón en los marjales. Tal vez los presos suben al tejado con la esperanza de que pase su cigüeña de siempre y les haga nacer de nuevo al otro lado de las garitas.La cárcel es ese agujero negro donde los hombres sólo viven para sí y contra sí. Un buen día suben a la piel de su edificio porque no soportan seguir estando en sus tripas. Saben que para ver lejos hay que subir a lo alto, y que la libertad de la mirada, aunque sea por unas pocas horas insurreccionales, es el bálsamo de tanto muro en el cerebro. En el fondo, existir no es otra cosa que saberse mirado. Y ahí están los presos en todos los tejados, firmes como los mástiles deshilachados de una justicia incompleta, exhibiéndose ante los ojos libres. Hace tiempo que dejamos de levantar la vista al paso de los aviones, y ahora reservamos ese gesto para los suicidas de cornisa o para esos desesperados de las cárceles. Y su presencia allí, ante fotógrafos y televisiones, nos pone plomo en los pies y un sabor de provisionalidad en el cararnelo ,de tanta vida por estrenar que aún nos queda.
Esas gárgolas humanas instaladas en los goznes chirriantes de la libertad son el acta notarial de un desencuentro. Tras los primeros momentos de perplejidad se les persigue con humo y con pistolas hasta que las miradas díscolas vuelven a sus muchos años y un día entre paredes. Sólo así, con los tejados nuevamente en penitencia, los ciudadanos libres pueden experimentar lo bonito que es pasear del brazo de la amada cualquier tarde de domingo mientras se van encendiendo las luces de los presos en sus celdas. Allá ellos, dicen. Allá nosotros.
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