La muerte de Ignacio de Otto
Que la muerte es una pérdida para los demás es una expresión qué adquiere todo, su significado cuando se trata no sólo de un amigo fraternal y entrañable, sino de un hombre en plena capacidad creadora, con la estatura moral e intelectual de Ignacio de Otto. Tuvo siempre la pasión del conocimiento. Junto a una inteligencia y a una cultura nada comunes, el mayor rasgo de su carácter fue 'la virtud cívica", como la definió Montesquieu, esto es, el amor y la entrega a "lo público", principio individual de conducta que es el fundamenta de un ámbito público de convivencia en libertad.Se explica así que pudiera emprender, desde la Universidad, el Tribunal Constitucional o, últimamente, el Consejo General del Poder Judicial, la obra y las enseñanzas posiblemente mas pro metedoras, profundas y sugerentes para construir en España una teoría del Estado y del derecho constitucional -adaptada a exigencias actuales. Así lo muestra su tratado de Derecho Constitucional, que comenzó a publicar el pasado otoño.
Sus últimos esfuerzos, con una entrega y tenacidad inimaginables, fueron dedicados, desde el Consejo General del Poder Judicial, a la reforma en España de la Justicia, que Ignacio de Otto en tendía como un poder del Estado democrático al que habría que librar de las ataduras del corporativismo y del imperio de los viejos valores, para someterse y entregarse a la aplicación de la Ley. positiva.
Todo ello ha quebrado. Ha quebrado, también, su ilusión. que confesaba en nuestra última conversación la pasada semana, de emprender algún día lo que posiblemente sólo estaba a su alcance: un estudio de las relaciones entre la obra de Hobbes y la de Kelsen, los dos gigantes de la teoría del Estado contemporáneo y sus dos principales puntos de referencia intelectual.
Ha quebrado, sobre todo, la vida de un hombre que era un profesor y un ciudadano ejemplar. Nos queda su ejemplo.
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