Ni Ende ni Petersen
El enfado de Michel Ende ante la versión cinematográfica de su novela es más que conocido. En la película su nombre no aparece por ningún lado, como si la coincidencia de títulos y argumento fuera eso, pura coincidencia, cuando en realidad media una millonaria cesión de derechos y el interés de aprovechar para la pantalla el enorme éxito del texto. A Ende le molestó muy especialmente que el intérprete de Bastian, el niño que descubre el poder de la fantasía a través de la lectura, fuera un chico relativamente agraciado, mucho menos gordo y cegato que el inventado por el escritor. En ese embellecimiento del protagonista veía Ende la sombra de Hollywood, la obsesión por edulcorar la realidad, por convertir las ficciones en sueños no reales. Lo cierto es que, viendo la película, el desarrollo de los mofletes de Bastian carece de importancia, pero sí la tiene, en cambio, el remarcable sabor kitsch de todos los decorados y criaturas, siempre un punto sórdido cuando el defecto no es la cursilería.Claro que los gustos de Ende ya los pueden deducir los lectores de este periódico por un reportaje fotográfico en que el autor aparecía en el jardín de su casa romana luciendo una camisa que, como los adornos que sobresalían del césped, debiera figurar en el museo de los horrores.
La historia interminable
Director: Wolfgang Petersen. Intérpretes: Barret Oliver, Tami Stronach, Noah Hathaway, Patricia Hayes, Sydney Bromley. Guión: W. Petersen y Herman Weigel. Fotografía: Jost Vacano. Efectos especiales: Brian Johnson. Música: Klaus Doldinger y Giorgio Moroder. Escenografía: Rolf Zehetbauer. Alemania, 1984.Estreno en los cines: Novedades, Palacio de la Música 1 y Vaguada M-2.
Visualizar la novela
Si se concede a un escritor el derecho a vestir y vivir de acuerdo con unos criterios estéticos que no son los de su obra, no estará de más aceptar que fuera Petersen quien decidiera cómo visualizar la novela, y no indignarse porque las imágenes de la pantalla no coincidan con las que cada lector tiene en su cabeza.A fin de cuentas, todos sabemos que, casi siempre, las buenas novelas dan malas películas, mientras que de malos textos literarios han salido maravillosos textos cinemátográficos. Y ahí está el quid, en el aprecio que se tenga por La historia interminable de Ende y el grado de adhesión que despierten en el hipotético espectador las proclamas en favor de una narración lúdica, el reino de la fantasía, la mezcolanza filosófica y otras zarandajas.
Si todo ese discurso glorificador de la mentalidad adolescente es visto con un cierto escepticismo, La historia interminable de Petersen puede ser plácidamente disfrutada, sin que el aspecto de moqueta de peluche del perro-dragón Fortuna llegue a molestar.
La película es lo bastante fantástica -¡ojo! el adjetivo no equivale a imaginativa- como para entretener el ojo, y su delirante mal gusto es muy distinto del también delirante mal gusto de un sinónimo hollywoodense, de El mago de Oz, por ejemplo.
En cualquier caso, aunque la traducción haya optado por el adjetivo interminable en vez de la perífrasis sin fin, la película no hace honor al adjetivo, y abominable tampoco llega a ser el calificativo exacto, aunque el poder de la rima lo susurre. Todo es más simple: se trata de un cuento para niños con moraleja y la tópica pesadez teutona.
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