Por el paso del Museo, entre el este y el oeste de la capital libanesa
En el denominado paso del Museo, entre los dos sectores de la capital libanesa, los soldados israelíes contemplan indiferentes, en medio -de una partida de cartas, a las personas que cruzan de un lado a otro; a veces, por lo angosto del terreno, deben hacerlo en fila de a uno. La entrada en la zona sitiada -a la que los propios falangistas llaman el infierno- está centrolada por los kataeb, los cristianos derechistas de Bechir Gemayel, preocupados por encontrar un arma o hachís, si se trata de un occidental. Con un calor sofocante y un silencio impropio de cualquier capital, comienza un zigzageo entre montañas de tierra, cascotes, cristales y restos de obuses, que forman una barricada de cobertura para quienes están separa dos por 150 metros de tierra de nadie.
Un último control occidental pertenece al Ejército regular libanés, Ia salvaguardia de la integridad de Líbano", como dicen los cristianos, y que "no representa a nadie", como se constata en el Oeste.
El recibimiento en el Oeste es, cuando menos, vistoso. La uniformidad y pasividad de la zona oriental contrastan con el puesto de control occidental: uniformes diversos y barricadas, sobre las que ondea el retrato de Yasir Arafat.
Un joven con un casco israelí explica que perteneció a un soldado israelí que mató él mismo en una operación de comandos hace una semana. Señala una mancha en la cartuchera, también robada al enemigo, y sonríe satisfecho, diciendo: "Es la sangre, la sangre del israelí". Una simple, constatación de identidad y paso libre sin registros ni preguntas.
Después de un repaso, a todo ello le sigue una serie de edificios semiderruidos -ésta es la zona castigada para preparar el último avance israelí del pasado día 10-, entre los que se aglomera la basura. Algunos montones están incinerados por obra y gracia de un vecino voluntarioso.
El automóvil que lleva hasta el centro está a tono con el paisaje, un mercedes que parece haber sido golpeado varias veces contra un muro, pero que, milagrosamente, funciona.
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