La condicion cruel de la risa
Hace unas semanas emitió la televisión Fra Diavolo, una de las primeras películas habladas de la más famosa pareja de cómicos del cine: la formada durante un cuarto de siglo por el delgaducho inglés Stan Laurel y el gordo norteamericano Oliver Hardy. Con este motivo intenté exponer algunas de las peculiaridades del humor de este dúo, que es mucho más complejo de lo que parece a primera vista. La proyección hoy de El alegre mundo de Laurel y Hardy, recopilación de algunos de sus cortometrajes, en especial los de la época muda en los estudios de Hal Roach, permite volver a tirar del hilo. Si se comparan los filmes hablados de Laurel-Hardy con los mudos, la primera diferencia que salta a la vista es la lentitud de aquéllos, en contraste con el ritmo de secuencia, mucho más vivo, de éstos. Quien viera Fra Diavolo sentiría que allí sobra tiempo, mientras que en los cortos de esta noche casi se diría que falta, sobre todo en algunos filmes muy vigorosos y de eficacia cómica irresistible, rodados o supervisados en su mayor parte por el director Leo McCarey, cineasta de talla excepcional, técnico superdotado y forjador oculto, junto con Stan Laurel, de la singularidad cómica de dos tipos irreconciliables y, no obstante, indisolubles. La raíz de su vigor cómico se origina -y esa fue la intuición que McCarey desarrolló- precisamente en esa desgarrada unidad de contrarios del dúo. Figuras, caracteres, comportamientos, talantes que se repelen como cargas eléctricas de carga opuesta y, sin embargo, siempre, eternamente, desesperadamente juntos. Su obsesiva presencia recíproca no tiene más remedio que provocar auténticas descargas eléctricas. Estas descargas mutuas salpican alrededor con un extraño poder de contagio.He dicho violencia. Su humor, su cine, es, en efecto, violento, a veces violentísimo y siempre indefectiblemente cruel. Las brutales relaciones de dominio que entre sí desatan Laurel y Hardy abarcan todos los recovecos de la crueldad, y esa es precisamente la fuente de su gracia: su condición desgraciada. Laurel y Hardy, de la mano de McCarey y Roach, redescubrieron una de las fuentes permanentes de la risa, que es su conexión abismal con el infortunio humano. El ejemplo de Bergson, según el cual la risa brota incontenible cuando contemplamos cómo un sabio que observa el cielo mientras camina cae inopinadamente a un hoyo bajo sus pies, Laurel y Hardy lo llevaron a sus últimas consecuencias. La risa es la respuesta visual a la, crueldad, una crueldad desacralizada, reducida a las trizas del. absurdo.
Algunos de los prodigiosos cortos de McCarey con Laurel y Hardy son hoy ejemplos mayores del cine de todos los tiempos. Citemos tres, cuyo título no consigo reconstruir, que esperemos sean incluidos en la selección de esta noche. En uno, Hardy y Laurel llegan a la puerta de una casa y llaman al timbre con intenciones perfectamente pacíficas; diez minutos después, la casa, literalmente arrasada, es un montón de ruinas. En otro, Laurel y Hardy, marineros, van en automóvil a disfrutar un permiso; encuentran un atasco y diez minutos más tarde la carretera será el desolado despojo de un campo de batalla, donde ni un solo automóvil ha quedado en pie. En el tercero, a Hardy le pisan un dedo del pie en la acera de una ciudad; diez minutos más tarde, todos los transeúntes aúllan con los callos ardiendo a causa de los pisotones que, como una enloquecida epidemia, se dan unos a otros con inquina.
El aspecto flemático y bonachón de Hardy, junto con la jeta pasmada y la pinta casi imposible de Laurel, acentúan las connotaciones agresoras de su gélido humor, recogido en estos y otros cortometrajes con rara intensidad, con un ritmo matemático de ascenso y acumulación que les convierte en filmes de factura perfecta, sin respiro, desternillantes y desoladores.
El alegre mundo de Laurel y Hardy se emite hoy, a las 22.15 horas, por la segunda cadena.
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