El presidencialismo
Catherine Bassetti, de llama y braga, Javier Marías, Conchita Montes, que me cuenta la muerte de su perro (cuando ya se nos ha muerto todo, Conchita, se nos mueren los perros y gatos inmortales, porque no conocen la muerte), Rubio, el modista/ modisto, de rojo Semana Santa, Harguindey y Eduardo Rico, euforizando la noche de Pachá, el conde de Lavern; apócrifo, la melena lírica de Pilar Trenas, otra vez Luis, otra vez el otro Luis, Rocío, morena y honda con hondura de noviazgo de barrio madrileño, «la mujer más turbadora de la noche», Chumy Chúmez, Beatriz Escudero, la flor que le pongo en el. escote a una desconocida, Catherine Angorina, la luz violenta y la naturalidad con que nos hemos instalado todos -dulce entropía- en un presidencialismo que dicta medidas históricas por la mañana, sin contar con la izquierda militante ni con esta izquierda exquisita y desvanante.El presidencialismo es lo más detectable hoy en el mundo, «a nivel de» sociología política y de masas. El presidencialismo supone el tirón autárquico de las democracias, ya que no de las monarquías, que ahora las monarquías están agarrando la democracia por la cola de lamé de oro de una sociedad jet que quiere pasar de todo o pasarlo todo muy bien. En Inglaterra, la derecha se desdobla en más derecha, con el nombre de Owen y la belicosidad de la señora Thatcher, que está, psicológicamente, entre Lady Mactieth y el propio Macbeth. En Francia, Giscard se lo hace de reinona versallesca y repugna de las democracias -España- que pudieran aportarle al Mercado Común cierto colorido entre ribereños y socialista. En EE UU votaron Reagan y la bala del pulmón es ya la condecoración interior que le da carisma de muerto vivo, héroe nacional. Ahora es algo más que un presidente elegido: es un presidente inmolado, pero vivo.
Catherine Bassetti, con los ojos color báltico; Conchita Montes, de vuelta a un hogar ya sin la sombra gris y penúltima de aquel dulce perro, que yo tanto quería; Eduardo Rico, de vuelta, secretamente, a la clandestinidad psicológica que con .tan débil fortaleza supo llevar; Chumy, la contestación surrealista al franquismo de los cincuenta/sesenta; todos aquí con el chivas como una confidencia de oro entre las manos, mientras el presidente Calvo-Sotelo redacta al piano, con un dedo, medidas presidenciales que Felipe y Carrillo denuncian por la mañana. El presidencialismo.
La concertación era una mala palabra, pero ni siquiera se ha cumplido. El día es de ellos, de quienes quieren gobernar en solitario y en precario, y la noche es nuestra, con el relámpago musical del láser y la morenez remorena y esbelta de Rocío. En el fondo, lo que quiere el personal es salvar sus noches y que un padre procesal, un presidente marengo, un banquero, le resuelva los días. La democracia está fatigada en el mundo, y la razón pura también, estamos viviendo lo que Thomas de Quincey hubiera llamado «los últimos días de Kant». Enzo Siciliano, con su Vida de Pasolini, amortaja al último hombre que creyó fanáticamente en los griegos. Pedro Rocamora escribe en Arbor nada menos que sobre «el umbralismo de Quevedo». Es la nietzscheana transvaloración de todos los valores, sólo que a la viceversa. He escrito aquí el otro día que la democracia lleva una bala en el pulmón, como Reagan. Pero también he escrito que democracia es invención, y no podemos confiar toda la invención de la democracia a un solo señor, que además dicen que inventa poco. Suárez regresa como el hombre que se parecía a Orestes, para no sé qué mitológicas venganzas.
Estruga inaugura hoy y Lucio Muñoz mañana. Dos grandes inventores que cuajan libertad, democracia. Pero el tirón presidencialista; preautoritario, es hoy la prosa del mundo. Calvo-Sotelo le pone música a esa letra. Cathenine, Conchita, Rico, Rubio, Marías, Pilar, Rocío, Angorina, Owen, Macbeth, misstres Giscard, monsieur Thatcher, Lavern (apócrifo), Rocío, la profunda Rocío. Etcétera. (Para los presidencialismos no somos más que un etcétera.)
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