Anarquista de Dios
Injustamente olvidada en el palmarés de la recien concluida Semana de Valladolid, seguramente porque ya Francia y Providence se alzaban con uno de los premios principales, El juez y el asesino, es, sin embargo, uno de los filmes más interesantes exhibidos en este certamen.Como su título indica, la historia enfrenta a dos hombres, dos personajes que encarnan cada uno un modo de entender la vida, dos conceptos opuestos y complementarios. Para uno, un antiguo sargento, asesino y suicida frustrado cuando su novia se niega a casarse con él, el mundo se le vuelve violentamente hostil hasta convertirle en anarquista de Dios tal como se proclama, entre ataques a la Iglesia, a lo largo de peregrinaciones, por su país, entre ensueños amorosos y crímenes terribles. Es el suyo un personaje contradictorio brillante y violento, muy bien interpretado por Michel Galabrú. A medias loco y a medias coherente, omnipresente en toda la película, sus bárbaras acciones, su rostro astuto y su humor disparatado componen un ser extraordinario al que Philippe Noiret, en su papel de juez, pone contrapunto admirable.
El juez y el asesino
Dirección: Bertrand Tavernier. Guión, Jean Aurencey Bertrand Tavernier. Fotografía: Pierre William Glenn. Intérpretes: Philippe Noiret, Michel Galabrú, Isabelle Huppert, Jean Claude Brialy. Francia, 1975. Dramática. Local de estreno, cine Infantas.
De las dos partes en que el filme se divide, la primera, dedicada a exponer la aventura del antiguo sargento y las motivaciones que le llevan a su locura especial, es una lección de buen cine. Realizada toda ella en escenarios reales con el cuidado y la precisión que Tervanier ya evidenciara en filmes anteriores, la histoira del asesino desde su salida del sanatorio donde es dado de alta con dos balas en la cabeza, a través de valles y perdidos calvarios, por caminos nevados donde escribe el nombre de su novia, conmueve tanto por la complejidad del personaje como por la forma auténtica y directa en que se halla realizada.
La segunda, con la aparición de Philippe Noiret, un abogado que a medias con su madre quiere conseguir a toda costa un ascenso, supone un brillante duelo entre dos grandes actores. Este juez obsesionado con su amor escondido y su modo entre paternal y cínico de captar la amistad del asesino, viene a representar, con su amigo decadente y lúcido, la clave de la burguesía de provincias en una época crucial, la del asunto Dreyfus, los atentados anarquistas y los ataques contra las autoridades eclesiasticas.
Cuando José Vacher, que odia a la Iglesia y sus clérigos, pero que peregrina a Lourdes, y para quien La Virgen es la mujer de todos aquellos que no la tienen, acaba en la guillotina, detrás queda la sociedad que le condena retratada con ironía en secuencias como la de la ironía en secuencias como la de la fiesta en la que el coronel canta una canción aburrida y ridícula o aquella otra en que el reo, al ''descubrir el juego del juez, estalla en arrebatos de violencia. Tavernier, sin embargo, ha querido explicar aún más claramente el sentido, bien evidente por otra parte, de su película y como Wajda en La tierra de la gran promesa y él mismo en su anterior filme, no sólo ha añadido escenas que ilustran la llegada del socialismo sino que, con imágenes y rótulos, ha subrayado más la carga social de la película. Quizá por todo ello en España sea exhibida en sala especial pues por lo que respecta al interés de la historia, la espléndida interpretación, su fotografía y sus baladas inolvidables, El Juez y el asesino es uno de los mejores filmes que en este año político por excelencia pueden ver los políticos y los que no lo son, si es que queda algún día libre para unos y otros.
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