El ‘trail’ crece en China al albor de las clases medias y gracias a las fábricas del “todo a un euro”
La mejora en la calidad de vida expande el número y perfil de corredores en ciudades como Shanghái y en favor de eventos como Tsaigu, en Linhai, el corazón de la manufactura barata


El crecimiento del trail en China lo ilustra la llegada al casco histórico de Linhai de los ganadores de los 105 kilómetros del Tsaigu Trail, una expresión que se traduce al mandarín por dureza extrema: la imagen de cruzar la meta y arrancarse los huesos. Atraviesan una estrecha calle con ese aroma asiático con matices infinitos de pollo, chocolate o salchichas, a sonido de gong. No tiene la solera de los últimos metros de Chamonix tras dar la vuelta al Mont-Blanc, pero no faltan decibelios. Los del luminoso arco de meta, con el letrero de congratulations —recuerda a las series asiáticas de juegos a vida o muerte— que complementan a los muros de piedra que conducen a un vetusto tramo de muralla. Lo viejo y lo nuevo para un evento que empezó con 300 corredores y cumple su décimo aniversario con más de 6.000, dorsales que se agotan en minutos. En la provincia, Zhejiang, que sirve de fábrica a tanto producto barato que se vende en los bazares del “todo a un euro” —hasta el 90% de las vajillas o carcasas de móvil—, son las clases medias que han ganado calidad de vida con la emergencia del país como potencia y ahora tienen tiempo para entrenar y viajar.
La población de las zonas más montañosas de China emigró a las grandes ciudades en busca de empleo. Sus hogares han quedado como enclaves turísticos, cada vez más boyantes, pero sin grandes masas. La consecuencia es que el principal granero de corredores por montaña del país está en Shanghái, la urbe más poblada del país, con unos 25 millones de habitantes. En el total nacional, por encima de los 1.400 millones, aún hay mucha clase precaria que echa horas de sol a sol, pero la riqueza ha llegado a las clases medias. Y el trail está vinculado a un mínimo poder adquisitivo, no tanto por el coste de materiales, inscripciones o viajes —las de Tsaigu son discretas—, sino por el tiempo para practicarlo en un lugar donde las distancias son enormes. Los primeros corredores por montaña del país eran jefes de pymes —el formato más extendido en la manufactura de productos baratos—, principalmente hombres de más de 35 años. El perfil se ha ido expandiendo y ahora hay muchas mujeres jóvenes que participan en distancias fáciles con una mentalidad más de influencer que de deportista. Adaptaron al deporte a su entorno —las colinas justas en el entorno de tanta gran ciudad— para entrenar y crear carreras.
Tsaigu es el ejemplo. Creada, como tantas otras, por corredores locales que aprovecharon lo que tenían, el Monte Kuocang, que puede parecer poco —apenas se sube por encima de los 1.000 metros—, pero intimida de lo lindo a tanto corredor de asfalto que no conoce el desnivel. Su éxito fue inmediato, con un programa de tres distancias —un ultra de 105 kilómetros, un formato maratón de 50 y una de 26 que sirve de iniciación— al estilo europeo. Creció de inicio con el apoyo de The North Face, reemplazada ahora por Salomon como principal espónsor, pero su feria, plagada de puestos a lo largo del casco viejo de Linhai, explica sus números. Por qué puede ofrecer premios de 13.000 euros a los ganadores, cifras a la altura del Ultra Trail del Mont Blanc. Un despliegue que permite invitar a Rémi Bonnet semanas después de su campeonato del mundo en kilómetro vertical y romper el récord en la salvaje subida suiza de Fully. Ganó este domingo la carrera corta, en la que Fabián Venero fue tercero.

Los padres de Tsaigu miran a Europa para aprender, por eso traen a Valentin Genoud, director de Sierre-Zinal, la catedral del trail, a un foro, pero tienen sus propios ingredientes. El primero es la cantidad, un sustento demográfico para que las carreras sobrevivan en el tiempo. Luego está el patrimonio, con más de 20.000 kilómetros de muralla distribuidos por todo el país. Ese empedrado de escalones irregulares con aroma a historia sirve de primer plato para todas las distancias. La corta, por ser en domingo, a una hora aceptable y con 1.700 corredores, dejó unas fotos preciosas de público. En otros lugares sería un crimen poner cinco kilómetros de asfalto entre la salida y la montaña, pero aquí, lejos de ser una tropelía que no toleraría mucho montañero auténtico, es algo natural, el lugar donde entrenan tras el trabajo.
Tsaigu se convirtió en evento de masas con dos máximas. Alarmados por los fallecidos en UTMB y otras carreras europeas en el trance de atravesar cordilleras como los Alpes, enfatizaron la seguridad. Por eso hay que presentar un electrocardiograma para retirar el dorsal —hay médicos haciéndolos, aunque sea en un tablón de madera— y se exige un extenso material obligatorio impensable en pruebas occidentales del estilo. Ha convencido al corredor chino. Como la amalgama infinita de comida local que aguarda a los corredores en meta. Un buffet con decenas de opciones, desde fideos a dulces de chocolate. “Lo importante en nuestra carrera no son los corredores de élite, ellos no necesitan ni comer. Todo lo que ponemos es para que los demás se vayan contentos”, resume Ellen Xue, una de las organizadoras. Fuera de esa carpa no solo hay piscinas de agua helada o fisios, también una nevera que criogeniza. Todo para que los chinos hagan cosas difíciles en las montañas y se enamoren de ellas, aunque no las vean por la ventana.
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