Carlos Ortega, entrenador del Barcelona de balonmano: “Muchas veces, no me queda otra que mirar hacia otro lado”
Aunque le costó ganarse al vestuario, el técnico afronta la cuarta ‘Final Four’ europea seguida tras vencer en dos, descontada ya la superioridad del equipo en España


No hace tanto, una pequeña discusión con un jugador le hizo pensar. “¡Pero qué me estás contando! Si yo ya jugaba cuando tú todavía no habías nacido”, soltó. Caviló entonces para sus adentros acerca del paso del tiempo, de la jerarquía que quizá los años le estaban quitando. “El vestuario mira tu currículo y, aunque cuando llegué aquí había ganado ligas y llegado a la Final Four como entrenador, lo que había hecho sobre el parquet era mucho más gordo con seis Copas de Europa”, cuenta Antonio Carlos Ortega (Málaga; 53 años), técnico del Barça de balonmano. Sabe de lo que habla, pues aterrizó en el banquillo azulgrana entre miradas de recelo, en un equipo que había ganado los 61 partidos que había disputado la temporada anterior. Pero supo ganarse al grupo como vencer otras dos Champions en tres ediciones que pueden ser tres en cuatro, de nuevo en la Final Four, hoy en semifinales ante el potente Magdeburgo (18.00, Dazn). De ganar, se batiría con el vencedor del Füchse Berlín —el favorito— y Nantes. “Estos títulos me han dado más caché y creo que ya me los puedo ganar más como técnico”, reflexiona desde su modesto despacho de la Ciudad Deportiva.
Movido por su interés y condicionado por su maltrecha rodilla, Ortega se enfocó en los banquillos antes de retirarse, entonces en los infantiles del Barça. Acudía a clínics y a la universidad, alumno de Xesco Espar (lo tuvo de técnico en su último curso como azulgrana) y del exseleccionador Juan Carlos Pastor, todavía con la libreta como herramienta de trabajo. “Como era un jugador de élite, al inicio me interesé por el rendimiento. Luego en la formación y después en la gestión del grupo y hasta en ser políticamente correcto para llevarme bien con el entorno”, relata, tras pasar por el Antequera, Vezprem húngaro, selección de Japón, Kolding noruego y Hannover alemán. Luego le tocó entrar en un Barça campeón. Y no le resultó sencillo.
“El vestuario no entendía el cambio. Me miraban como diciéndome que qué narices quería tocar si ya habían ganado todo”, explica; “e intenté ganarme algún jugador dándole minutos, por lo que perdimos algún partido por mala decisión mía”. Pero se dio cuenta del error y se centró en lo suyo, capaz de convencer al grupo por su implicación, discurso y trabajo. “No dudé en lo que hacía, pero fueron tiempos difíciles porque notábamos el rechazo de la gente. Pero con el tiempo nos ganamos su respeto”, reflexiona. Un librillo que sigue aplicando.

Curtido con Valero en el Barça, descubrió el método de muchos palos y pocas zanahorias, dureza y pocos argumentos. “Era así, pero lo que hizo fue espectacular porque una cosa es tener muy buenos jugadores y otra ganar así. Se preparaba mucho los partidos, empezaba la época del vídeo… Y era exigente, pero él era el primero en exigirse. Me fijé mucho en eso porque si no das ejemplo, esto no funciona”, admite. Aunque matiza: “el deporte y la sociedad ha cambiado alrededor de la política. Ahora, eso no sé si funcionaría tan bien. Todo el mundo planifica, prepara y entrena bien, pero la diferencia es cómo se gestiona los egos”. Por eso, para Ortega es importante conocer a sus chicos. “Siempre digo que mi puerta está abierta, que pasen al despacho. Muy pocos lo hacen”, desliza. Así que cuando ve algo que le preocupa, hace cinco o seis comidas individuales al año. Pero no quiere pasar a la zona de amigos. “Puede haber malentendidos y yo quiero exigir y apretar a todos”, dice.
Ocurre, sin embargo, que en el Barça se da una particularidad por su abrumadora superioridad, campeón de todos los torneos domésticos desde 2013. “Mantener la competitividad del grupo es lo que más me cuesta. De hecho, a veces en la Liga, no me queda otra que mirar hacia otro lado”, acepta con crudeza; “no puedo apretarles constantemente. Puede que hayamos hecho un mal partido y hayamos ganado de siete; pues nada, te la tienes que tragar”. Aunque siempre busca fórmulas para motivarlos, como pequeños retos, charlas y, sobre todo, partidillos de fútbol sala antes de los entrenamientos, que es lo que más le gusta al grupo. Y admite la precariedad de la Liga Asobal. “Quizá nos haría mejores jugar con marcadores en contra o ajustados. Nos gustaría que esto fuera como hace 15 años, con el San Antonio, Valladolid, Ademar… Pero no lo es”, resuelve.
Aunque este año, después de varios cursos intocable, el Barça cayó en dos envites de forma consecutiva, ya cuando tenía la liga en la mano. “Cada año se pasa por un momento crítico”, señala Ortega; “y no estábamos frescos por la carga física, algún jugador no tenía equipo para el año que viene, otros quizá estaban descontentos por no jugar… Todo influye. Pero nos dimos unos días de descanso y volvimos limpios. No es sencillo verse la cara todos los días con la exigencia máxima”. Esa que tienen, de nuevo, en Colonia.
“El Magdeburgo juega al uno contra uno, con buena defensa y un ataque más estático porque mueve menos el banquillo que nosotros. Nos han ganado más que nosotros a ellos en los últimos años”, acepta Ortega, que insiste en que solo ha preparado este partido porque no se sabe quién llegará a la final, por más que todos, también él, den favorito al Füchse. “Pero no siempre vence el favorito”, incide. Aunque sí suele hacerlo Ortega, único con ocho Champions (6 de jugador; 2 de técnico), ganador incluso cuando tenía al vestuario de uñas. Porque su librillo, por más que el tiempo difumine el currículo, sirve.
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