Donde la amabilidad cautiva
El carácter de sus gentes ayuda, todo es fácil a la hora de visitar Albacete. De sus campos y ovejas salió el mejor queso del mundo, el ferrocarril trajo arquitectura modernista y ecléctica y su estratégico parador reparte juego por toda la provincia

—¿A que nunca habéis estado en Albacete?
El guía Francisco Tébar se frota las manos. Todo va a ser nuevo para el visitante, también el trato, el turista es amigo. Adelante, dicen los albaceteños, siempre es un sí, sin darse importancia, las puertas están abiertas, todo resulta fácil. Una trabajadora del museo de la Cuchillería improvisa una visita guiada. Un vendedor de una tienda ubicada en el modernista pasaje de Lodares, el recurso estrella, dirían en una facultad de Turismo, se asoma a saludar cuando oye la explicación en tromba de Tébar: es una galería comercial y residencial. Una empleada de la Diputación permite fotografiar la escalera de tipo imperial del palacio provincial de Albacete (1880) a pesar de ser una zona sin acceso al público. La recepcionista del parador, una quinta manchega ubicada a las afueras, enciende la chimenea para crear hogar a la caída de la tarde. Un camarero ofrece, sin nadie pedírselo, una botella de agua para el viaje. Era la primera vez en Albacete, tenía razón el guía, pero van a venir más y van a venir otros.
Dentro del parador
Desde el patio central (manchego) del parador se ven en el cielo los cazas de la base aérea de los Llanos. Han venido unos pilotos alemanes de la OTAN a una formación de un mes. Se alojan en el parador. Se presentan a desayunar ya con el mono verde, con los parches pegados con velcro, con la bandera en el brazo; desayunan lo de todos, huevos revueltos y miguelitos de La Roda. La base aérea es muy querida en la zona, cuenta Javier Álvarez, el director del parador: genera riqueza, genera identidad, se inauguró en 1927, la conexión con el hotel es grande.
Entre semana abunda el cliente de empresa (el polígono de Campollano es el más grande de Castilla-La Mancha, queda a 12 kilómetros), algunos fieles de los paradores se exponen a la sorpresa del lugar, y caen rendidos. “Los hay que repiten o alargan su estancia cuando descubren la zona”, asegura Álvarez. Dan una vuelta por Albacete, leen en el salón de la chimenea, le piden al camarero que sintonice la Champions en la tele de la cafetería, piden helado (casero) de queso manchego, que se sirve rodeado de una teja almendrada y caramelizada. “Estos clientes visitan lo que se les proponga. Somos una oficina de turismo”, presume el director. En papel de anfitrión, Álvarez se sirve de la cuchara para dar un tajo en la membrana vitelina de la yema del huevo campero; el liquidito naranja se desborda, el pisto ya no va a ser lo mismo, el tomate (ni muy dulce, ni agrio) y el pimiento y la cebolla y el calabacín adquieren untuosidad, la puntillita de la clara cruje, asegúrese de pinchar todo a la vez.
Actividades para todos en un entorno natural
Visitas culturales, turismo sostenible, dinamización del lugar…
Cómo sacarle el máximo partido a la zona en la que se ubica el parador de Albacete
Tébar lleva 28 años ejerciendo de guía turístico. Desde entonces está empeñado en que Albacete deje de ser una ciudad de paso y sea “una ciudad en la que parar”. El trayecto del parador al centro se cubre en 10 minutos por la autovía. Se aparca (fácil) y el coche ya no se mueve. Debajo de la oficina de Turismo se ubica un refugio aéreo de tiempos de la Guerra Civil. Se visita. El pasaje de Lodares (1925) se recorre, se contempla. El museo de la Cuchillería da tranquilamente para media hora. La catedral, bueno, tiene una portada neogótica del siglo XX. “Espera a las cinco o seis y verás cómo se llena la ciudad de gente”, dice Tébar. Y sí, se echan a la calle aunque haga frío, las terrazas funcionan, Albacete guarda fama una semana al año por su feria y los doce meses por su ambiente de bares, restaurantes, comercios… Dicen que han inventado el tardeo.
“La relación calidad-precio de su gastronomía es muy buena”, apunta Álvarez. “La gente es muy acogedora, y créeme que no es un tópico, realmente lo es. El visitante se siente muy bien desde el primer momento”, insiste el director del parador, que ha vivido en ocho comunidades autónomas. No es un pueblo, pero tiene un tamaño muy bueno, te permite conocer a mucha gente, detalla.
PARADORES RECOMIENDA
Mi pueblo, Higueruela, se encuentra a 1.039 metros de altitud, en la ladera de un cerro, a media hora de Albacete. Está empezando a conocerse, se han descubierto las ruinas de una alquería, una mezquita rural del siglo XI. Se visita el yacimiento. También se hace vino con la garnacha tintorera.
José David Gómez
Segundo jefe de comedor 20 años en Paradores
Voy en bicicleta a todos los pueblos que se encuentran a 25 kilómetros a la redonda. La senda que llega hasta Chinchilla discurre rozando la vía del tren, los conejos se cruzan, se pasa por una fábrica en la que hay una cantidad enorme de palés con sacos de cebolla... huele a cebolla, claro.
Pedro Rodríguez
Cocinero 47 años en Paradores
A 40 minutos está Villanueva de la Jara, ya en Cuenca, el pueblo de mi abuela, por donde pasa el río Valdemembra y que vive del champiñón. Pertenece a la red Huellas de Teresa porque Santa Teresa fundó allí un convento. Hay que visitar la basílica de nuestra señora de la Asunción.
Roberto Fernández
Ayudante de Recepción 1 años en Paradores
La ciudad, la más grande de Castilla-La Mancha (174.137 habitantes), apenas conserva edificios significativos del siglo XX para atrás. Se dice sin ninguna malicia que el casco antiguo de Albacete está a 15 kilómetros, en Chinchilla de Montearagón, cuenta el guía; nadie se molesta, van en el mismo pack, incluso Albacete llegó a pertenecer a Chinchilla, hasta hace justo 650 años, cuando empezó su recorrido como villa independiente. El castillo de este pueblo de 4.565 habitantes sobresale, también lo hacen las chimeneas enjalbegadas y puntiagudas de la docena de cuevas-viviendas que forman un conjunto en un extremo de Chinchilla. Tébar lamenta que perdieran el aire bohemio de los años 80, cuando se organizaban en su entorno recitales de poesía y otras actividades culturales con la llegada del buen tiempo. Ahora son residencias de verano, pero con menos sentido comunitario.

“La finca es un testigo del paisaje de Albacete”
Al lado de la base aérea se encuentra Dehesa de los Llanos, una finca de 10.000 hectáreas dedicada a la agricultura y la ganadería. Dos águilas reales levantan el vuelo en una cuneta –parece mentira, un pájaro tan grande salido de la nada–, un conejo cruza a saltos el camino de tierra principal, dos perdices rojas corretean en un arado, se persiguen. Hay cultivos de regadío, de secano, monte bajo, dehesa, llanos, muchos llanos. “La finca es un testigo del paisaje de Albacete”, resume Ángel Espacia, jefe de Administración, 50 años en la nómina de Dehesa de los Llanos. En un paseo por las dependencias, Espacia recuerda que en el siglo XVII se estableció en el lugar una congregación de monjes franciscanos. También albergó una feria en 1710, una zona franca decretada por Felipe V. Cuenta con capilla y un torreón que guiaba a los peregrinos. Ya lo avisaban los trabajadores del parador el día antes, muy pendientes todos de las visitas: “Os va a encantar, es un sitio especial”.

Conforme Espacia regresa a la oficina, se sube al coche César Malabia, el director general, para iniciar un pequeño safari (desarmados) por la finca, un safari castellanomanchego con la autóctona perdiz roja como la gran protegida: su caza lleva paralizada cuatro años para que recupere población. Puede que el paisaje resulte conocido, pero no le resta belleza. A los nogales les han sacado las nueces. La planta del ajo echa los primeros brotes, un tapete verde en perfectas condiciones, diría el clásico futbolero. Los ciervos mantienen las encinas a raya, a la altura de sus cabezas. Sí, eso es brócoli, confirma Malabia, ingeniero agrícola. Así se llega a la quesería, muy cerca el pastor ha sacado a las ovejas, entregan 1,5 litros de leche al día.
Paqui Cruz, la maestra quesera, parte un queso gran reserva por la mitad, el ganador en 2012 del World Cheese Awards, el mejor del mundo ese año. Solo dos quesos españoles lo han ganado desde que el premio internacional más reconocido se creara en 1988. Todo queso debe guardarse en la nevera, nada de dejarlo en la encimera, se acorteza, se rancia la grasa, dice Cruz. Hay que sacarlo un rato antes, eso sí. Entre 20 y 23 grados se come con corteza y todo, es natural. Despacio, pica un poco, es mantecoso, dura mucho en la boca, se saliva, conviene darle vueltas como a un caramelo, de un carrillo a otro, un triangulito da para mucho. A la salida se traspasa con el coche un muro del siglo XIX que cerca parte de la finca. Se encargó a gentes de la zona para que se ganaran un jornal en una época de hambruna, recuerda Malabia.
—Ha sido una visita exprés, esto da para al menos tres o cuatro horas. Tenéis que volver.
Castilla - La Mancha, en 8 paradores
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