Una identidad nacida del sol
Esquinada en el mapa, salvaje y luminosa, la costa almeriense garantiza movimiento (buceo o caminatas por el cabo de Gata) y paz, con el parador de Mojácar como referente en la línea de playa, donde comprender la fama del tomate raf y la gamba de Garrucha

Las indicaciones del camarero son certeras: el tomate de Almería, dulce y crujiente –en ningún otro sitio se justifica mejor su condición de fruta–, no necesita el chorrito de aceite habitual, basta con ponerle un poco de sal (poca) del cabo de Gata; así lo sirven en el parador de Mojácar. El camarero en cuestión lleva una chapa en la que se lee Juan González, es de Garrucha, del pueblo de al lado, de donde sale la gamba roja, otro producto que justifica un viaje. El tomate –“Si quieren aceite se lo traigo, pero a los clientes les recomiendo que lo prueben tal cual”, insiste– es de la variedad raf y llega troceado en cuartos a una de las mesas con vistas al mar. Este almeriense expansivo incorpora en el carácter las 3.000 horas de sol al año y los 19 grados de media que garantizan los folletos turísticos de este litoral. Unas condiciones que se notan en la huerta (en el plato); en los equipos ciclistas que entrenan en la sierra de Cabrera en invierno; en el mar, pues al haber tantos días luminosos se ven con más claridad los pulpos y los congrios cuando se practica buceo; y en el calendario, que se retuerce y permite darse un baño en mayo o en noviembre.
Dentro del parador
Predomina el cliente internacional todavía en el parador hasta que sea verano, cuando acuden los españoles en familia, que repiten año tras año, cuenta Tana Blázquez, la directora. “Ves cómo van creciendo los niños”, cuenta con ilusión. Ni en mayo ni en agosto hay que madrugar para plantar la sombrilla en la arena, asegura Blázquez. A Almería no se llega tan fácilmente, no hay alta velocidad, no hay aeropuerto, “nos garantiza más tranquilidad. Mojácar es un pueblo tranquilo”, asegura.
Vengan de donde vengan, los clientes van a disfrutar del mar, “a tener una experiencia relajante”, recalca sentada en un salón en el que leer, charlar o pedir a alguien de recepción que ponga el fútbol en la tele. La gastronomía almeriense es otro reclamo, algunos la conocen de oídas, pero todos alucinan cuando llegan los platos: arroces (la directora avisa de uno que lleva torreznos), la gamba roja de Garrucha (a la que le dedican un festival en octubre) y el tomate raf, que se introdujo en Almería en los años sesenta del siglo pasado, donde se dan las condiciones para que llegue a alcanzar los 12 grados Brix, un valor muy alto en esta escala de dulzor. El plátano, pura sacarosa, se mueve entre los 17 y 25 grados.
Actividades para todos en un entorno natural
Visitas culturales, turismo sostenible, dinamización del lugar…
Cómo sacarle el máximo partido a la zona en la que se ubica el parador de Mojácar
El parador, con una piscina abierta de marzo a noviembre y con el mar a un paso, es un lugar para no moverse. Pero esto no es un resort de pulserita, aquí se sale, se explora. Mojácar pueblo queda a cinco minutos en coche o autobús. Está en un alto, enjalbegado entero, tiene miradores a la sierra de Cabrera, al yacimiento de Las Pilas-Mojácar la Vieja, al río Aguas (no es ironía, va cargado) y al Mediterráneo. En un paseo de una hora se bebe de una fuente con 12 chorros que llaman mora, se visita la puerta de la Ciudad, con un arco reconstruido en el siglo XVI sobre el original árabe, la plaza del Parterre y la estatua en mármol de Macael a la mujer mojaquera, que porta un cántaro y lleva pañuelo.

Las calles de Mojácar son un acertijo, un escape room, a no ser que uno vaya con el guía Javier Rodríguez, melillense, 25 años en la zona, la palma de su mano. Conoce una subidita –el termo con agua fresca y una gorra nunca sobran– que acaba en un risco cubierto de matorrales. “Quieren construir un mirador aquí”, anuncia el guía. Se ve muy bien el mar, los buques van cargados de yeso extraído de la cantera de las Sorbas, un paraje kárstico visitable; esa tarde también asomaba quieto un velero solitario, el que pintan los artistas que venden cuadros en los mercadillos de pueblos de costa. Ese es el recuerdo.
Paladas de oro
Llueve tan poco en Almería que si lo hace durante dos días seguidos la gente hace migas en casa, una celebración y un consuelo. No todo es sol y sal aun así. La casa de los Volcanes, en Rodalquilar, es un museo geológico en el interior, en una caldera volcánica, a donde se llega por una carretera de acantilados desde Mojácar. Pako Romero es su responsable. Cuenta que en verano abren de 18.30 a 21.30 para que los visitantes vayan después de un día de playa en el entorno del cabo de Gata. Explica cómo hasta 1966 se extraía oro de un filón: “Hasta 400 o 450 gramos por tonelada de roca. Luego bajó a 3 o 4 gramos y la mina cerró”, cuenta.
El museo ejerce también de punto de información para el que quiera hacer senderismo, hasta 16 rutas hay marcadas. Tienen un bar-cafetería con vistas a la montaña y a la planta de tratamiento de minerales ya abandonada, aunque protegida por patrimonio. Supone una alternativa al chiringuito, una forma de conocer –en chanclas, no hay problema– cómo se ganaban la vida las gentes del lugar, como en este pueblo con iniciativas artísticas se llegó a construir un economato y una escuela para escolarizar a los hijos de los mineros. Sea en el interior o próximo al mar, la particularidad del paisaje de Almería, que guarda un gran parecido con zonas desérticas de otros continentes, ha servido para que se rodaran películas. Desde Lawrence de Arabia (1962), que se grabó en la rambla de Otero, en Tabernas, hasta producciones actuales que siguen eligiendo este entorno.
Ana, Carlos y Sara recomiendan

Bédar está en la sierra, a 20 kilómetros del parador, pero es como vivir en otro mundo. Es tranquilo, fresquito, verde, crece incluso el bambú. Tiene unas vistas maravillosas a Mojácar. Hay una fuente con sus lavaderos antiguos.
Ana Belén Ruiz
Camarera de piso 3 años en Paradores

Las canteras del mármol blanco de Macael, en las que todavía se extrae este material al aire libre. Se exporta a casi todo el mundo. Se ha creado recientemente una escuela para formar a nuevos profesionales y que no desaparezca este oficio.
Carlos Teruel
Jefe de Recepción 34 años en Paradores

La cala de San Pedro, pequeñita y de aguas cristalinas. Hay asentamientos de hippies que venden ropa, bebida. Todo es muy natural. Se llega desde la playa de Las Negras en lancha o andando en una hora, son cinco kilómetros.
Sara Martínez
Oficial administrativa 10 años en Paradores
Rodríguez, que en 2003 creó la empresa de turismo activo Mojácar Sport Aventura, organiza rutas de senderismo por este entorno minero y por la costa, donde también se encuentran formaciones de origen volcánico, como la playa del Monsul (acogió, por cierto, una escena de Indiana Jones y La Última Cruzada, 1989) o el arrecife de las Sirenas. No resulta fácil que escoja un enclave favorito, conoce todo, también el Chamán, una discoteca mítica (“Almería era muy bohemia”, recuerda). Destaca la duna fósil de los Escullos, que conduce a la playa del Embarcadero. No hace falta bañarse para disfrutar del mar desde lo alto de esta elevación formada por los oolitos, partículas esféricas de carbonato de calcio que recubren los granos de arena y se van depositando. La erosión hace el resto: forma oquedades, atrae visitantes, fotos, pensamientos. “Hacemos senderismo interpretativo”, resume el guía, que conduce a los grupos y les va dando explicaciones, contando historias. El móvil en el bolsillo, sin tener que descargarse una ruta, con la vista al frente, haciendo preguntas si se quiere, Rodríguez da palique.

El clima de Almería, con sus zonas semiáridas y temperaturas muy altas en el interior, propicia que los fabricantes de coches prueben sus nuevos modelos por las carreteras de costa y de montaña, donde coinciden con los equipos de ciclistas. Carlos Teruel, el jefe de Recepción del parador, ha atendido a trabajadores de la industria automovilística. “Los resultados de los ensayos salían igual en el desierto de EE UU que en el de Almería, así que decidieron hacer las pruebas aquí”, cuenta. Evalúan los frenos, la suspensión… Algunos llevan unos paneles pixelados, detalla, para que, si les haces una foto, salga borrosa y la competencia no pueda recabar información.

Los lugareños son los que prueban los vehículos, conocen las carreteras, les supone unos ingresos extra, como a Rodríguez, el guía. Los ingenieros se alojan en el parador. Han venido a trabajar, claro, pero hay tiempo para probar el arroz, las gambas y el tomate raf. La tentación de cargar el maletero del coche es grande. Mayor es la de volver a probarlo en su sitio.
Andalucía, en 16 paradores
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