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La nueva aventura de Leo Bassi: un Stonehenge en la sierra madrileña

El cómico, que retoma sus misas en la Iglesia Patólica, se encuentra inmerso en una exploración de los rituales del neolítico y prepara una sátira sobre la fundación de Israel

Jaime Lorite Chinchón

Por las vicisitudes del circo, la biografía de Leo Bassi (Nueva York, EE UU, 73 años) podría abarcar varias vidas. Se ha codeado con personajes históricos, ha trabajado en multitud de países, su humor le ha valido intentos de asesinato y lidera una religión propia, el patolicismo, que venera a los patos de goma desde su sede en el barrio de Lavapiés, en Madrid. Resulta lógico que lo terrenal se le quede corto. “No soy la misma persona desde que vi una foto del telescopio espacial James Webb”, asegura, no sin angustia. “En los espacios que nos parecen negros entre las estrellas, hay miles de galaxias como la nuestra. Estamos en una galaxia de clase media baja, ni siquiera cerca del centro. Seríamos Parla”.

Bassi va más allá en su reflexión sobre la inmensidad: “Es una foto antifascista, se la enseñas a uno de Vox y se da cuenta de que no es importante”. Iluminado por el cielo nocturno de la sierra de Madrid, ahora el cómico está erigiendo una instalación megalítica en un solar con ayuda de un arqueólogo y un astrónomo, orientada, dice, hacia el agujero negro del centro de la Vía Láctea. “Quería crear un lugar basado en mis lecturas sobre el neolítico y reconectarme a este mundo antiguo”. El Stonehenge de Leo Bassi se compone de un círculo de grandes piedras alineadas para servir de observatorio y un trono rocoso sobre un túmulo, donde quiere que reposen sus restos. La ubicación prefiere no hacerla pública. “No es para espectáculos masificados, sino para noches de astronomía o historia con personas que me interesen”. ¿No hay un fin humorístico en esta performance? “Quizá dentro de 500 años trascenderé mi muerte haciendo reír a alguien, cuando descubra que la época no corresponde y esto era de un payaso”.

Para el miembro de la sexta generación de una familia de artistas, hay un sentido de la maravilla que recuperar. “La gente del circo no proporcionaba solo un espectáculo, sino un ritual, algo mágico. Volver a las piedras era el último desarrollo. El espectáculo se está transformando en algo que se ve en un móvil”. Y el móvil, como ha comprobado el payaso de ascendencia italiana, no es de fiar. Por su anterior obra, Mussolini, Bassi abrió un canal de TikTok donde aparecía caracterizado como el dictador. Duró nueve días. “Tenía un millón de reproducciones, pero me suspendieron por contenidos de odio”, lamenta.

Con la determinación con que un personaje de Liam Neeson hablaría del secuestro de sus redes, explica que ha investigado quiénes controlan TikTok en Madrid y dónde están sus oficinas para exigir una reparación. Ese ha sido el principal sobresalto experimentado con el show, que llevó a Italia, pese a episodios aislados de boicot fascista. Novatos al lado de alguien que ha hecho de molestar un arte.

Por volver a las estrellas, en su última visita, Bassi se dedicó a reivindicar a Giordano Bruno, monje astrónomo del siglo XVI quemado por la Inquisición romana. “Estuve en una manifestación pidiendo a la Iglesia y al nuevo Papa que se disculparan por haberlo matado”. TikTok y León XIV siguen sin pronunciarse.

Entre tanto, el papa de la Iglesia Patólica, en cuya capilla ha instalado la foto de James Webb, ha vuelto a oficiar misas este septiembre. Con aforo para 32 personas, las reservas van con meses de antelación. “Tenemos muchas bodas y bautizos, nunca a ningún menor como nuestros competidores. Y hemos tenido cinco funerales”. En el pequeño espacio dedicado al pato de goma, ha logrado reunir una colección importante. Una joya de la corona es un pato fabricado en la URSS en 1954. “Lo compré en un mercadillo en Rusia. ¿Puedes imaginarlo? En la Unión Soviética, todo se fabricaba de acuerdo a un plan. Alguien, en alguna comisión estalinista, tuvo que levantarse frente a sus camaradas a argumentar que era importante dar a los obreros unos patitos para sus hijos”.

Hace poco, ante la afluencia de visitantes chinos, abordó a una turista para preguntarle cómo había conocido su Iglesia. La respuesta le hizo dar un respingo: “Eres famoso, sales en el Libro Rojo”. Se refería a RedNote, aplicación china donde una influencer había recomendado el Paticano. Bassi, fluido en español, italiano, francés, inglés o alemán, ya ha aprendido palabras en mandarín. Atribuye el éxito del pato a que es “el primer dios sin trascendencia”. “No quiere ser grande. Puedes rezarle que no va a pasar nada, es un espejo de ti mismo. En un mundo hipócrita, es una fuente de verdad”, proclama el líder del culto. La capilla cuenta con puertas blindadas después de que alguien quemara parte de la entrada. “Como a Giordano Bruno. ¡Es un riesgo que los científicos y los payasos comparten!”.

El payaso contra Dios

El peor incidente que ha vivido Leo Bassi en Madrid fue un intento de atentado en el teatro Alfil en 2006, donde representaba La revelación, una parodia de los predicadores en clave de proselitismo laico. Tras amenazas de grupos ultracatólicos, un técnico halló una bomba junto a su camerino. “Podría haberme matado. Hoy, 19 años después, no han encontrado al responsable”. Esa noche se preguntó qué hacía arriesgando su vida “en este país de mierda”, pero concluyó que irse era “darles una victoria”. Se siente ligado a España por una “voluntad de lucha” que, afirma, ha encontrado aquí más que en otros países. Otro nexo es la “educación ibérica” que recibió indirectamente cuando su familia se instaló en el extrarradio de París. “Nuestros vecinos eran republicanos exiliados. Uno de mis primeros recuerdos es mi abuela en la acera junto a otras abuelas valencianas en sillas”.

En su casa de la sierra madrileña, aparte de una cantidad indeterminada de muñecos, tazas o gorras de patos, tiene una roulotte inspirada en la de su familia, con reliquias de sus antepasados. Funciona como despacho, en el que inspirarse bajo la memoria de la tradición circense. “¿Sabes por qué los payasos tienen zapatos y vestidos grandes con colores? Mi abuela me contó esto. Un pobre se ponía lo que le daban, el pantalón de un color, lo de arriba de otro y zapatos usados grandes, porque pequeños duelen. El payaso lo muestra con orgullo. En las ciudades del siglo XIX también había trabajos duros y muchos aguantaban porque bebían. Se pone nariz roja porque está más borracho que un borracho. Ese es su significado político”.

El ritual de sacrificio viene de serie. “Mis provocaciones, ensuciarme, echarme miel con plumas, son maneras de perder mi dignidad buscando otra dignidad”. Pero la broma más productiva de Bassi salpicó a otro. Su gag de explotar un excremento de vaca con un petardo, que ha frecuentado en teatros o ante la audiencia de Crónicas marcianas, encontró el apogeo en el festival Just For Laughs de Canadá. “El alcalde de Montreal estaba en primera fila y las cámaras filmaron cómo le caía mierda. El productor me dijo que era la cosa más horrorosa que había visto y que yo nunca volvería a actuar, pero las imágenes fueron la entrada del telediario durante meses. Las utilizaron para las elecciones y gané mucho, porque tenían que pagarme derechos. Parte del solar de las piedras lo ha pagado esa explosión de mierda”.

La mecha de la polémica volverá a prender pronto. En enero, planea llevar a los escenarios una sátira sobre Israel, “para mostrar que siempre fue un proyecto colonialista y de apartheid”. Encarnará a su primer dirigente, Ben-Gurión. “De joven, yo era favorable al sionismo”, confiesa. “Con 21 años, actué para el ejército en el desierto del Néguev y estaba Ariel Sharon, después primer ministro, verdugo del Líbano. Le hice reír y me invitó a su mesa”. A la medianoche, Sharon empezó a hablarle a nivel místico: “Yo soy la reencarnación de Saúl, luchando contra los amalecitas”. Según él, los palestinos eran los amalecitas y Dios le había encargado matarlos. “No es diferente de lo que dice Netanyahu. Tengo amigos judíos que no quieren saber nada, no representa su pensamiento”.

Tras toda una carrera contra el fanatismo, no le asusta esta nueva batalla. “Es el payaso que se mide a Dios. Yo no tengo ningún problema, porque no existe. Y el payaso no puede aceptar a Israel. ¿Por qué va a ser el pueblo elegido?”. La respuesta, en el cielo. “Si miras las estrellas, mi espiritualidad solo puede pasar por el patito. Me siento tan insignificante que es un gusto”.

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Sobre la firma

Jaime Lorite Chinchón
Colaborador de ICON desde 2019. Periodista cultural, también ha escrito para la sección de Cultura, El País Semanal, la revista Fotogramas o Ctxt. Graduado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, también cursó Crítica Cinematográfica en la Escuela de Escritores y el Máster de Periodismo UAM-El País.
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