Dalí: héroe, villano de cómic y precursor genial del autobombo
Ian Gibson y Quique Palomo recrean la vida del artista en viñetas y reivindican su profética invención de la autopromoción con técnicas que hoy utiliza la cultura y la política. “Somos más dalinianos que nunca”, afirman


Seguramente a Salvador Dalí, en su apetito voraz por destacar, le habría encantado verse convertido en protagonista de cómic. Cabe imaginar, en una de sus diarreas verbales surrealistas, cómo hubiera definido el trabajo que en este campo han hecho a medias sobre él Ian Gibson y Quique Palomo. Quizás así: “La verdad nuclear de un genio desparramada en viñetas desoxirribonucleicas”, por ejemplo... Sin duda lo habría promocionado como un hito reverencial ultramoderno o quizás, también para ayudar a su promoción al revés, hubiera organizado una quema pública de ejemplares a la manera de la santa inquisición, una pesadilla negra de nuestro pasado que se empeñó en reivindicar cuando quiso alinearse con el franquismo.
Gibson y Palomo, ahora que aparece La vida incombustible de Salvador Dalí (Planeta Cómic) están abiertos a todo tipo de posibles y teóricas reacciones en quien consideran radical y esencialmente imprevisible. También un artista que explica como nadie con su vena precursora y profética, el genio que aplicó a la autopromoción performativa, el autobombo a lo grande, algo que en este siglo XXI ha pasado del ámbito artístico también al político. De una mera convención de payasada creativa consciente en clave de humor, ha pasado al peligro de convertirse en una vía para alcanzar el poder, como ha sabido entender Donald Trump.
Por eso, tras una obra de equipo conjunta en la que ambos ya han publicado Vida y muerte de Federico García Lorca, Ligero de equipaje. Vida de Antonio Machado y Cuatro poetas en guerra, dedicado a Lorca, Juan Ramón, Miguel Hernández y don Manuel, viene ahora, pertinentemente, Dalí. En parte por su radical actualidad a la hora de encarar de manera consciente cómo llamar la atención y convertir en palpable esta consigna: “Lo importante es que se hable de uno, aunque sea para bien”.
Una máxima que aplicó desde joven, en otros tiempos. Otros, pero similares. “Vivimos ahora en un estado en que las metodologías de autopromoción dalinianas se han convertido en el modo de operar normalizado. Somos más dalinianos que nunca”, afirma Palomo. “Y su exhibicionismo se queda corto si pensamos en lo que los lideres de la política mundial han entendido como estrategia mediática. De manera que, en este momento, entiendo a Dalí como una referencia mucho más útil que antes”.
Ese exhibicionismo suponía un reto enrabietado contra la timidez, asegura Gibson: “Yo llegué al convencimiento de que el gran problema del joven Dalí era una timidez patológica, como siempre decía su gran amigo Pepín Bello. Un obstáculo de carácter que casi le conduce muy joven al suicidio”, asegura su biógrafo. “Contra eso, reaccionó sabiendo, claro, que tenía un don artístico fabuloso. Si lograba forjar una máscara de exhibicionista loco, le permitiría conseguir una fama mundial”.
En uno de sus diarios adolescentes, al hablar de una proyectada estancia en Roma, dice, más o menos, que cuando vuelva a España será reconocido como un geni. Antes de que en su madurez escribiera el desternillante Diario de un genio (Tusquets), se aplicó a ello muy pronto. Gozaba de un físico que le ayudaba. Se lucía por Madrid en los tiempos de la Residencia de Estudiantes, con sus amigos Lorca, Luis Buñuel o Pepín Bello y pasaba de su atuendo bohemio estrafalario a la suprema elegancia.

“A lo de la autopromoción, ayudó también una innata proclividad histriónica”, comenta Gibson. Algo que el hispanista pudo comprobar personalmente, aunque ya durante una época final de su vida, en plena decadencia, cuando llevaba cuatro años viudo desde la muerte de su esposa, Gala. Fue en enero de 1986, cuando Dalí ordenó que se presentara en su casa. “No me lo podía creer. Estaba en Madrid y sonó el teléfono temprano por la mañana. Era Antonio Pichot, su brazo derecho entonces. Me aseguró que el pintor me quería ver: ¡Hoy mismo!”. ¿A qué esa urgencia? Pichot le había leído pasajes de su biografía de Lorca, una obra maestra del género a cargo de Gibson. Se acababa de publicar el primer tomo y abordaba su íntima relación con el poeta. “Si no viene hoy a Figueres –añadió Pichot- a lo mejor no le recibe. El señor Dalí es así...”. Media hora después estaba en un taxi rumbo al puente aéreo hacia el aeropuerto del Prat. “Alquilé el coche más potente que encontré en Barcelona y salí hacia Figueres a una velocidad criminal. Allí, en la Torre Galatea, me esperaba el maestro...”.

Lo encontró Gibson al fondo de una sala larga, sentado en un trono vestido de seda blanca con una barretina roja sobre la cabeza. “Fui hacia él por la alfombra, también roja, con Pichot a mi lado. Noté que mis piernas temblaban. Vi al corpulento Dalí de antes convertido en un saco de huesos. Casi en un esqueleto. De su boca, de su nariz salían tubos, sufría ya párkinson”.
Nada más llegar le empieza a hablar emocionado de Federico: “Solo entendía la mitad por su mezcla confusa y susurrada de catalán, castellano y francés. Oigo una y otra vez, eso sí: Lorca, Lorca...”. Con la ayuda de Pichot empezó a descifrar. “Insiste en que el amor, por parte de Federico, no fue nada platónico, sino una pasión arrebatadora que él no era capaz de corresponder, aunque le hubiera gustado”.

Lo contó en su biografía del artista: La vida desaforada de Salvador Dalí (Anagrama). Pero antes lo hizo en la entrevista se publicó en EL PAÍS el domingo 26 de enero de 1986 y escandalizó hasta tal punto a Isabel García Lorca, hermana del poeta, que amenazó con llevarlos a ambos ante el juez correspondiente en la Plaza de Castilla. “Le dije que no lo hiciera, porque si Dalí tenía que venir a Madrid a declarar, daría más publicidad al asunto. Le recordé, además, que los tiempos ya habían evolucionado y la homosexualidad no estaba sujeta al maldito tabú de antes. Con eso terminó la buena relación que hasta entonces mantenía con ella y lo lamenté”.
Toda esa pasión torrencial queda retratada de manera explícita en el cómic. “Desde luego que resulta inspirador trabajar sobre todos estos materiales del surrealismo. Una oportunidad para explorar con libertad. También sobre el complejo mundo sexual de Dalí, que considero surrealista y, por ello, me ha facilitado crear páginas con escenas muy golosas. La complejidad daliniana dificulta y al mismo tiempo enriquece el trabajo”, afirma Palomo.
Con todo el riesgo que esa lectura implica. Y, podría pensarse que algo de miedo, pero el dibujante lo niega: “No, no, ningún temor. Me he sentido muy cómodo recreando el momento en que unos jóvenes brillantes en la Residencia de Estudiantes leen, antes que en cualquier otro lugar de Europa, La interpretación de los sueños. El castellano fue el primer idioma al que se tradujeron las obras de Freud”, añade. Por no hablar de un acontecimiento que le fascina: la creación junto a Luis Buñuel de Un perro andaluz. “He visto tantas veces la película y leído tanto sobre aquella libre asociación de ideas, algo cercano a la lógica onírica, que lo recibo con toda normalidad”.
Una máscara tras otra
Gibson le advirtió desde el principio: “Es más difícil hablar de Dalí que de Lorca o Machado. Ofrece una máscara tras otra, es mudable, conflictivo, brillante y despreciable”, le dijo. Sin embargo, adentrarse durante dos años en otro artista con un universo gráfico e icónico tan potente ha supuesto para Palomo un disfrute, más que un riesgo consciente: “¡Ningún problema! En general, durante la realización de los proyectos de adaptación a partir de las obras de Gibson, me es inevitable quedar engullido por cada uno de los personajes. Dalí se me ha hecho muy presente y el resultado final ha sido consecuencia de esto. Pero no en el sentido de verme afectado por la iconografía daliniana o de intentar reproducir algún aspecto de su técnica, sino más bien por el personaje mismo, que es, en sí, una de sus propuestas artísticas más relevantes”.
Sin quitar valor a su pintura, claro. “Me impresiona su veneración por los holandeses del XVII, especialmente Vermeer, de quien siempre dijo que fue un absoluto genio. Especialmente, el tamaño de muchas de sus obras; es decir, a la manera de los cuadros de gabinete de aquellos, en una dimensión muy reducida, Dalí fue capaz de condensar su universo obsesivo”. Algunas correspondientes al periodo surrealista en torno a 1930, como El espectro del sex-appeal o Cráneo atmosférico sodomizando a un piano de cola tienen una dimensión de 18x14 centímetros. “¡Son más pequeñas que las páginas de nuestro cómic! La persistencia de la memoria mide solo algo más. Se trata de obras que demuestran cómo la condensación puede producir la máxima atracción”.

Condensación y exceso al tiempo lo definen. Fue capaz de apelmazar en un pequeño lienzo todo un universo traumático y liberador, se entregó a fondo a propiciar el escarnio de los suyos —familia y amigos—, a discursos y posiciones ambiguas respecto a los tiranos de su época o acaparar sin medida dinero, algo que dio pie a que André Breton, con quien acabó a gorrazos, aplicara a la pareja Dalí el apelativo de Avida Dollars.
Pero una de las claves mediante las que penetrar en toda su obra, como pintor, cineasta, escritor de una prosa poderosísima y alucinatoria y, claro, como performer, es el sentido del humor: “¡Hoy más que nunca!”, asegura Gibson. “Sobre todo, en un mundo, donde, por lo que se ve, se ha perdido y no se ríe nadie”. Para Palomo, el humor es también fundamental para el acercamiento al personaje: “Un humor surrealista, que se expresa en el misterio de la fractura, fractura de lo racional, de la lógica habitual”, asegura.
Así resulta más sencillo entenderle. Amarle es otra cuestión… “Amigos o amigas de verdad, ¿cuántos tuvo?”, se pregunta el hispanista. “Yo diría que, al final, pocos. No sé si resultaba posible amarle. Era de muy difícil acceso”. La muerte de Gala en 1982 dio inicio a un brutal declive. “Murió muy solo, en 1989, tres años después de mi entrevista. Creo que fue la última. Pero la obra está allí, sobre todo la magna producción de su etapa surrealista, protagonizada por el delirio rocoso del teatro óptico que es el Cap de Creus, donde los Pirineos se bañan en el Mediterráneo. Aquel Dalí pervivirá”.
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