‘28 años después’: Danny Boyle resucita el cine zombi con estilo, sustancia y furia pagana
En la tercera entrega de la saga los monstruos no solo son los infectados: también lo son los códigos heredados, la violencia ritualizada, la masculinidad tóxica en perpetua defensa

Durante años, el cine de muertos vivientes se ha ido pareciendo cada vez más a sus protagonistas: torpe, deambulatorio, sin rumbo. Y, sin embargo, cuando casi no se esperaba nada, cuando el género había sido triturado por la insistencia seriada de productos como The Walking Dead o la interesante, pero agotadora The Last of Us, regresa Danny Boyle con 28 años después, una tercera entrega que no solo se justifica, sino que vuelve a levantar los pilares narrativos y estéticos de una saga iniciada con fiereza hace más de dos décadas con 28 días después (2002).
Con guion de Alex Garland, responsable también de la escritura original y director de la formidable Civil War, esta entrega abraza con convicción un terreno que ya se apuntaba de forma subterránea en las anteriores: el folk horror. Heredera legítima de títulos fundacionales como Witchfinder General (1968), de Michael Reeves, y El hombre de mimbre (1973), de Robin Hardy, la nueva pesadilla de sangre y moho se instala en un ecosistema de tradiciones rurales, religión pagana, cantos ancestrales y comunidades cerradas con sus propias reglas de supervivencia. Como en El bosque, de M. Night Shyamalan, los sabios locales —hombres de pub, cerveza tibia y traumas del pasado— dictan normas que nadie se atreve a cuestionar. Aquí, los monstruos no solo son los infectados: también lo son los códigos heredados, la violencia ritualizada, la masculinidad tóxica en perpetua defensa.

El prólogo, rodado, como el resto del filme, con un iPhone 15 Pro, y en torno a los Teletubbies, es ya brutal. El contraste entre la iconografía pop infantil y la distopía más descarnada marca el tono: 28 años después no busca la elegancia, aunque la tenga a su modo, sino el nervio. El montaje vertiginoso asentado en la figura del inserto (planos de documentales, de otras películas y de la cultura popular de siempre, integrados en el continuo natural de la secuencia), y el ritmo casi musical de la violencia, remiten al mejor Boyle, el de Trainspotting, el del montaje incontenible y el brío sonoro como forma de narración.
Entre los aciertos más rotundos, además de los espectaculares escenarios naturales, y ese camino de piedras (y no de baldosas amarillas) de regreso al hogar, que solo aparece al bajar la marea —metáfora visual tan poderosa como sutil—, está la manera en que el relato reintroduce lo atávico. Las flechas de madera, los degüellos sangrientos, los zombis obesos que arrastran su baja clase social por el barro… Hay aquí una crítica subterránea que recuerda que incluso el apocalipsis no es igual para todos. Boyle, con toda su pirotecnia formal, no olvida que el cine de género puede también hablar del mundo.
Junto a los siempre fascinantes Aaron Taylor-Johnson y Jodie Comer, destacan dos nombres en su plantel interpretativo. Uno no les dirá nada: Alfie Williams. Tiene 13 años y, como el chaval de la reciente serie Adolescencia, es un portento de expresividad. ¿De dónde demonios sacan a estos niños en Reino Unido, o qué tipo de técnica interpretativa utilizan con ellos? El segundo es bien conocido y ha llegado a un punto en su carrera en que es salir en pantalla y, como aquí, cambiar la inflexión y la satisfacción de la película con su tempo, dicción, gestualidad y misterio. Este sí lo conocen: se llama Ralph Fiennes.
Lástima, eso sí, que en los últimos minutos el filme decida traicionarse. Porque si algo había conseguido el trabajo de Boyle era alejarse de la modorra narrativa de demasiadas series, de esa necesidad de engordar el relato hasta lo insostenible. Y, sin embargo, su epílogo no solo se abre en falso a una continuación (The Bone Temple, anunciada para 2026 y dirigida por Nia DaCosta), sino que adopta el tono y la estructura de un final de temporada televisivo. Es abrupto, anticlimático, con pinta de hortera, y lo peor: deja un regusto a maniobra comercial más propia de una franquicia de Disney que de la lógica interna de una obra autocontenida. Una pena, porque hasta entonces 28 años después había sido una película de zombis que sabía a algo, a mucho. A cerveza rancia, canto popular y sangre en la garganta.
28 años después
Dirección: Danny Boyle.
Intérpretes: Alfie Williams, Aaron Taylor-Johnson, Jodie Comer, Ralph Fiennes.
Género: terror. Reino Unido, 2025.
Duración: 115 minutos.
Estreno: 20 de junio.
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