Un dilema moral trucado
'La culpa', de David Mamet, empieza como un drama filosófico y se resuelve como un 'thriller'


Un psiquiatra, ¿debería poner en manos de la autoridad judicial el contenido de sus entrevistas con un paciente que acaba de cometer una masacre, o puede mantener el secreto profesional? David Mamet plantea este dilema moral en La culpa, drama cuyo desarrollo entreverado de reflexiones sobre la fe sobrevenida, el pecado cometido y la pérdida de la reputación entendida como castigo lo coloca a medio camino entre el teatro moralizante finisecular y aquel cuya bisagra es un gran dilema ético.
La culpa no puede contarse entre este último, en el cual figuran Un enemigo del pueblo, Los justos y Che, cuidame esa loca (comedia argentina de Arniches), porque en su epílogo y en lo que dura un chasquido Mamet desmonta el ideario que tan laboriosamente había levantado, defendido y reiterado a través de su protagonista. Al desvelar el autor un dato clave callado hasta entonces, el debate concluye de golpe, el dilema planteado deja de ser pertinente y lo que pareciera drama filosófico se resuelve como un thriller.
Tampoco la puesta en escena acaba de defender a carta cabal lo que el autor propone en ese final, que debiera ser anagnórisis del protagonista. La escenografía de Allen Wilmer y EstudiodeDos, que empuja a los actores hacia la boca del escenario, crea un ambiente opresivo y acorta el camino desde la realidad hasta la abstracción. Como Chris Bauer en el montaje del off Broadway, Pepón Nieto encarna a Charles con gafas redondas de pasta y barba de algunos días parecidas ambas a las que gasta Mamet, lo cual tiende a identificar al autor con su criatura. Nieto lleva el ritmo de la función con admirable energía y empuje constante, en el que cabría modulación mayor. Sus compañeros sobrellevan con oficio sus papeles antagonistas, del grosor de una hoja de ginkgo biloba neoyorquino.
La culpa. Texto: David Mamet. Dirección: Juan Carlos Rubio. Teatro Bellas Artes. Madrid. Hasta el 24 de marzo.
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