El crítico de tele que no tenía tele
Me gusta lo que la tele me inspira cuando la veo. A eso me dedicaré, a apostillar la vida mirando de reojo una pantalla


Una vez imaginé para un cuento un personaje que sobrevivía como crítico de televisión de un diario y, al morir, se descubría que nunca tuvo una tele ni la vio nunca. En realidad, me inspiraba en Michi Panero, que cultivó un recuadro con su firma junto a las parrillas de la programación en Diario 16, cuando aún no existía el género de crítica televisiva. Michi, que fue un escritor que no escribió libros, tenía que ser también un columnista que no escribía columnas. Tal vez él mismo diseminó el rumor de que pontificaba sobre la tele sin haber visto nunca el Un, dos, tres, algo fácil de creer porque eso esperaban de él quienes le conocieron en su culmen: su aparición en El desencanto, el retrato que Jaime Chávarri hizo de la familia Panero en la casona de Astorga, una película catalogada como documental pero que se ve como cine de terror. Era muy romántico imaginar a Michi en la soledad de una casa con sábanas sobre los muebles, tecleando en una Olivetti unas cuartillas sobre un aparato que su familia le había enseñado a mirar con asco intelectual.
Bien mirado, un crítico de televisión no debería verla, porque la crítica más honesta se hace desde la ignorancia. En cuanto conocemos algo o a alguien, las opiniones fuertes que nos inspiraba se reblandecen y se escurren, y las buenas columnas se parecen más a un golpe en la mesa que a una conferencia matizada. Por eso estoy tentado de vender mi tele por internet y escribir a ciegas. Al fin y al cabo, no soy crítico de televisión, solo un escritor que ve cosas y las comenta, y a los escritores, como niños mimados que somos, se nos perdona casi todo. Pero tengo un defecto: me gusta la tele. Y, sobre todo, me gusta lo que la tele me inspira cuando la veo. A eso me dedicaré, a apostillar la vida mirando de reojo una pantalla. Con su permiso.
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