Choque de tradiciones
En Argentina hay un deporte que se llama pato y lleva ese nombre porque antiguamente se jugaba con un pato vivo, al que se disputaban dos equipos a caballo. El animal acababa literalmente hecho trozos. Con el tiempo, se entendió que esa crueldad era inútil y que podía ser divertido hacer lo mismo con una pelota con asas. Ese tránsito entre la crueldad y la solución es exactamente el camino de la civilización, que va abriendo la sensibilidad hacia cosas que antes eran indiferentes, por ejemplo, el sufrimiento animal. El sufrimiento negado y convertido en espectáculo. ¡Tiene que haber otras formas de demostrar el valor de un hombre! De la misma manera, mucha gente ya no soporta ver en el circo elefantes subidos a taburetes minúsculos o leones desafiando el látigo del domador; es una cuestión de dignidad. De dignidad propia y de dignidad de los animales. Yo incluso revisaría los correbous,los espectáculos de toros sin muerte, tan populares en las tierras del Ebro.
Los toros en Cataluña son un asunto espinoso porque con la tradición se cruza un tema de orgullo identitario. La corrida es un símbolo español, pero eso no quita que muchos españoles crean que nada justifica la violencia de la corrida. En todo caso, los que son partidarios deberían respetar la decisión del Parlamento catalán. No es muy sabido pero en Cataluña, en el catalanismo, hay una tradición centenaria de oposición —en nombre de la cultura— a los toros, que llegaron aquí de la mano del capitán general. De hecho, esa oposición se superpone a los esfuerzos oficiales por popularizar las corridas, obligando a cerrar los teatros cuando se celebraban o imponiéndolas en domingo. Hablo del siglo XVIII, del XIX y del XX. Las cosas no son naturales: responden a una voluntad, como responde a una voluntad política querer reimponer los toros en Cataluña.
Tengo amigos catalanes protaurinos, con el tiempo es verdad que la tradición española arraigó en Cataluña, pero no se trata de eso. No estamos juzgando preferencias individuales sino acuerdos colectivos. El problema es político y es de sensibilidad, las dos cosas. Una sociedad tiene el derecho de plasmar en leyes su grado de sensibilidad, suprimiendo aquello que la mayoría considera intolerable. ¿O para qué sirven las leyes? Ahora bien, también es política la decisión de respetar o no la voluntad colectiva. Claro que tener que explicar estas cosas refleja una carencia conceptual y explica muchos conflictos.
Patricia Gabancho es escritora
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