Infieles al mar
Cuentan que en uno de esos barcos un grupo de sus moradores lanzaron al mar a 12 de sus colegas de desamparo por una discusión religiosa. El horror es ilimitado


Intento pasar rápido cuando me cruzo en las calles con la mendicidad. Me ruboriza la miseria y la intemperie. También evito la mirada del que extiende su mano, incluidas las ocasiones en que doy limosnas, compro kleenex o esa Farola cuya fecha de publicación ya pertenece a la noche de los tiempos. Y prefiero no preguntarme qué ha ocurrido en la existencia de los nuevos mendigos, gente cuya apariencia, actitud y lenguaje revelan con escaso margen de error que nunca fueron profesionales de la mendicidad, que la desdicha de intentar sobrevivir con la caridad callejera es algo nuevo para ellos, que los arrastró el viento de esa planificada y larga infamia que sus causantes decidieron bautizar con el aséptico nombre de crisis.
Entre las tribus trágicas que piden ayuda al prójimo en las calles de Madrid abundan los negros (o ciudadanos de piel oscura, o como decida la Academia su identidad racial, ya que afroamericanos no hay, vienen todos de infiernos estrictamente africanos), extendiendo la mano o dispuestos a salir echando hostias si notan la cercanía de los concienciados policías municipales a los top manta que les procuran sustento, ese negocio fraudulento que es el auténtico responsable de la ruina del país.
Imagino (hasta donde puedo) con un escalofrío el calvario que han padecido esos desesperados africanos para llegar a esta bendita tierra de promisión, las múltiples posibilidades de que el hambre, la sed, la asfixia, el desfallecimiento o las boquitas de los peces les arrancaran su acorralada existencia. Sería cómodo para los que comemos caliente y poseemos techo creer que la solidaridad funciona entre los que se enfrentan a la situación límite de compartir las siniestras pateras, de que en la consciencia de que la Parca les amenaza a todos, intentaran otorgarse calor mutuo y compasión hacia el más débil, a pesar del imperio ancestral del “sálvese quien pueda”.
Cuentan que en uno de esos barcos un grupo de sus moradores lanzaron al mar a 12 de sus colegas de desamparo por una discusión religiosa, que los musulmanes se cargaron a los cristianos. El horror es ilimitado. Y las malditas religiones seguirán vendiendo fórmulas celestiales para que los humanos soporten su temor a la muerte, que hay premio o castigo cuando llega la nada.
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