El fracaso
Lo que se transparenta en la discusión sobre las becas no es más que un reflejo utilitarista de la formación universitaria


De entre todas las repugnantes ideas de éxito y fracaso que se transmiten en los valores sociales implantados entre los medios y las esencias del poder, la peor de todas es la que afecta a la formación educativa. Que al final también los estudios vayan a ser valorados en función de los baremos deportivos, donde unos saltan el listón y otros no, donde se ganan medallas o se logran plusmarcas en función de la medición de resultados, ejemplifica el grado de estupidez con que el ser humano es capaz de condicionar su vida. Si la reforma de Bolonia fue un primer indicio de que aquella ignorante manera de impulsar la elección de carrera basándose en las salidas laborales triunfaba entre nosotros, la enésima batahola desencadenada por la afición del ministro de Educación a regalar titulares jocosos ha puesto la guinda.
Lo que se transparenta en la discusión sobre las becas no es más que un reflejo utilitarista de la formación universitaria. Convertidos en naciones de un pragmatismo agónico, solo nos vale aquello que crea riqueza hoy por la tarde. Patriotas de monedero, cualquier otro valor es un incordio. Para combatir el abandono escolar, nada más eficaz, según parece, que fomentar el abandono escolar, pero no por razones intelectuales sino sencillamente de ahorro. Si uno atiende a la discusión de estos días atrás, podría quedarse con la idea de que los estudiantes nos cuestan demasiado dinero. Vamos, que en España la gente se empeña en estudiar por encima de sus posibilidades. Y que en lugar de tanto aprobado raspado en ingeniería de caminos y arquitectura, lo que nos convendrían son más croupieres habilidosos y camareras de pierna larga.
La afrenta de pensar que los universitarios son un lujo que no nos podemos permitir es insultante. Su peripecia estudiantil, cargada seguramente de resbalones, desánimo y frustración, es a la postre enriquecedora para el país. Pero solo tener que defender algo tan evidente resulta cansino. Han triunfado los enemigos de la inteligencia, gracias a su enorme pasión por el dinero, verdadera piedra filosofal de nuestros días. Por eso tenemos que acostumbrarnos a llamar fracaso a lo que antes llamábamos éxito y, en consecuencia, a considerar un éxito la mediocridad homicida que tanto atrae a nuestros gestores.
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