Los elefantes van donde está la sal
Un estudio conecta la disponibilidad de sodio con la mayor o menor abundancia de grandes herbívoros


Entre los ingredientes de la receta de la vida, como el carbono, el hidrógeno o el oxígeno, los más abundantes, el nitrógeno el fosforo o el potasio, hay uno, para algunos, el séptimo de los macronutrientes, tan esencial en la cocina como en la naturaleza: el sodio (símbolo Na). Es escaso, apenas representa el 3% de la corteza terrestre, y la inmensa mayoría no es bioasimilable. En grandes cantidades lo mata todo, como buscaron hacer los romanos con Cartago cubriéndola de sal. Pero su papel desconcierta a los científicos: estando casi ausente de las plantas, los herbívoros (y el resto de animales tras ellos) morirían sin la pizca de un elemento que necesitan para su metabolismo y fisiología celular. Ahora, un mapa del sodio de África muestra que allí donde hay mayor disponibilidad, es donde prosperan los grandes animales, como jirafas, rinocerontes o elefantes. Y donde escasea, escasean ellos.
“África occidental y partes de la central tienen una alta productividad, lo que significa que hay abundante forraje disponible para los herbívoros”, recuerda Andrew Abraham, investigador de la Universidad Municipal de Nueva York y primer autor de este mapa de la sal, investigación publicada en Nature Ecology and Evolution. “Sin embargo, durante mucho tiempo ha existido un misterio sobre por qué no hay más megaherbívoros en estas zonas”, añade. En efecto, a diferencia de lo que sucede en la franja sur del Sahel, en las sabanas del este y sur del continente, con gran densidad de grandes herbívoros a pesar de contar con menor disponibilidad vegetal, hay otras zonas del África subsahariana donde no hay ni elefantes, ni jirafas, ni rinocerontes. Tampoco existen poblaciones de grandes ungulados, como las cebras. Parece un sinsentido.
Una treintena de científicos, encabezados por Abraham, le han encontrado sentido. Elaboraron un mapa con una resolución de unos 10 kilómetros por 10 kilómetros con los datos de concentración de sodio en las hojas de decenas de especies de plantas presentes en cada cuadrícula. Para ello, tomaron 4.258 muestras en 268 ubicaciones y con el apoyo de aprendizaje de máquinas escalaron sus resultados a todo el subcontinente. Aunque en las costas manda la mayor aportación de aerosoles del mar, en las zonas interiores, la cantidad de Na foliar es, para los autores del estudio, un indicador fiable de la cantidad de sodio en el entorno.
Entonces solaparon este mapa de la sal de África con uno más conocido, el de la distribución de las especies de mamíferos herbívoros de más de dos kilogramos de peso. Para conectar ambos mapas, analizaron la cantidad de sodio presente en 1.356 muestras de heces de ejemplares de 28 especies diferentes. Vieron entonces que en las zonas donde dominan plantas con mayor concentración de Na, es donde hay una mayor abundancia de grandes herbívoros. Entre esas zonas están las que suelen aparecer en los documentales: el delta del Okavango, la cuenca de Turkana, las planicies de Tanzania o Kenia del conglomerado Serengueti y Masai Mara...

“Según nuestra investigación, creemos que la sal, probablemente en conjunción con otros factores como la caza excesiva y la infertilidad del suelo, desempeñan un papel importante en la limitación de la población”, cuenta en un correo Abraham, que trabaja ahora sobre el terreno, en Sudáfrica. “En el continente africano, la disponibilidad de sodio varía más de mil veces entre plantas”, cuenta el científico estadounidense. Han medido concentraciones tan bajas de apenas una decena de miligramos por kilo de hoja hasta otras tan altas como 85.000 mg en especies halófilas, las adaptadas a entornos muy salinos como marismas, desiertos salinos o zonas costeras. “Esto significa que, en muchas zonas, los herbívoros silvestres simplemente no pueden obtener suficiente sal en su dieta”.
Tomadas en conjunto todas las especies de herbívoros, la conexión era muy débil. Pero al aislar a los animales más grandes, la relación era mucho más evidente. “En investigaciones previas, mis colegas y yo demostramos que el requerimiento de sodio aumenta desproporcionadamente con la masa corporal; es decir, los animales más grandes parecen necesitar relativamente más sal en cada bocado para satisfacer sus necesidades”, explica Abraham. En efecto, en 2023, publicaron un trabajo que mostraba cómo, cuanto más grandes, mayor número de conductas de búsqueda de fuentes alternativas de sodio, como baños en marismas salinas o chupar rocas ricas en sales como si fuera un caramelo (ver imagen).
“En Kenia, los elefantes entran en cuevas para consumir rocas ricas en sodio, y en la selva tropical del Congo excavan en busca de sal en los lechos de los ríos”, detalla Abraham. “Se sabe que los gorilas se pelean por los alimentos más salados, mientras que los rinocerontes, los ñúes y las cebras suelen reunirse en las salinas, desde el desierto de Kalahari hasta el Masái Mara”, añade.
Sin papel alguno en la fisiología vegetal, en los animales, el sodio forma pareja con el potasio en lo más básico de la vida, abriendo y cerrando el paso a través de las membranas de las células. Es clave para el equilibrio hídrico, señalización nerviosa o la respuesta muscular. Otro dato muestra su relevancia: las hembras de los mamíferos doblan sus necesidades de sal tanto durante la gestación como la lactancia. En el caso de los herbívoros, además, crecen las evidencias de que la falta de sodio puede provocar la inanición de la flora intestinal. Y esta es clave en la compleja digestión de este grupo de animales, que extraen todo el jugo a algo tan pobre en nutrientes como las hojas o la hierba.
Elizabeth Borer es ecóloga en la Universidad de Minnesota (Estados Unidos) y ha investigado cómo de repartido está el sodio por el mundo. Sus trabajos demostraron que, aunque el sodio es tóxico para las plantas, existe un enorme abanico de concentraciones en sus hojas. Al intrigante fenómeno de que las plantas no necesitan un sodio que es vital para los animales que se los comen, Borer apunta algunas explicaciones. Una es un problema bioquímico. “El sodio en el suelo puede dificultar que las plantas absorban agua a través de sus raíces, creando condiciones similares a una sequía. Una vez dentro de una planta, el puede ser tóxico, alterando los procesos celulares y perjudicando la fotosíntesis”, dice Borer, que no ha intervenido en este nuevo estudio.
La otra explicación la reconoce especulativa, pero añade más intriga, y tienen que ver con la selección natural:“Mi segunda reflexión es que como los animales necesitan sodio en su dieta, las plantas con alto contenido de sodio probablemente serían más atractivas para los herbívoros. Este atractivo sería desventajoso para ellas, mientras que un bajo contenido de sodio sería protector”.
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