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La prodigiosa pianista Edith Fischer, a los 90 años: “La gente se la pasa mirando, no oyendo, y ya no saben mucho comunicarse”

La música chilena repasa los hitos de una vida frente a las teclas que la ha llevado a distintos rincones del mundo para conectar en un lenguaje común, la música

Edith Fischer
Antonia Laborde

El primer juguete de Edith Fischer (Santiago, 90 años) fue un piano. Sus padres, el violista húngaro Zoltan Fischer y la pianista chilena Elena Waiss -formadora de generaciones- la sentaban frente al instrumento y ella se entretenía presionando las teclas. Desde entonces, nunca ha dejado de hacerlo. Calcula que lo máximo que ha estado sin tocar son 10 días. “Me cuesta imaginar el día en que me levante sin pensar qué voy a estudiar hoy”, afirma en el salón de su piso en Providencia, donde el piano de cola es el protagonista. Su primera casa fue la Escuela Moderna de Música y Danza, fundada por su madre, en el centro de la capital. A los ocho años la sacaron del colegio para que perfeccionara sus conocimientos en el piano, donde ya se revelaba bien diestra. Los alumnos de la Escuela Moderna se convirtieron en sus amigos de infancia y su madre, en su profesora. “Al volver de Suiza a Chile en 2006 noté que yo no tenía amistades de colegio como otra gente. Ahí me di cuenta que mi infancia había sido muy especial”, reconoce. “Aunque en mis 90 años he tenido tiempo para hacer otras amistades”, añade entre risas.

A los 13 se presentó por primera vez como solista en el Teatro Municipal de Santiago junto a la Orquesta Sinfónica de Chile, donde sus padres tocaban. Este lunes volvió a presentarse en ese escenario para realizar el concierto Pianistas Claudio Arrau, rindiendo homenaje a quien fue su maestro en Nueva York a mediados del siglo pasado y quien le dio la primera gran crítica en su vasta trayectoria, la mejor: “Por favor escúchenla y préstenle su sincera atención. Es pequeña, algún día puede sacudir el mundo”. Los galardones Dinu Lipatti en Londres, el primer premio en el Concurso Internacional de Múnich, el Premio a la Música Nacional Presidente de la República y la admiración que suponen sus interpretaciones del ciclo completo de las 32 sonatas para piano de Beethoven, dan cuenta que la intuición de uno de los grandes virtuosos del siglo XX y heredero de la gran tradición pianística europea no estaba equivocada.

Fischer y Arrau mantuvieron siempre el contacto. No eran de hablar mucho por teléfono, pero en los días previos a la muerte del músico a principios de los noventa tuvieron una conversación extensa. Él le aconsejó: “Toca mucho porque si no la música se acaba”. La pianista explica que el trasfondo de esa frase tiene que ver con que hoy en día “todo está muy comercializado”. “La gente se la pasa mirando, no oyendo, y ya no saben mucho comunicarse directamente. Les cuesta mucho hablar. Hay un freno a la comunicación emocional directa y la música es muy importante en eso, supongo. En todas las cosas comercializadas es más importante cómo se ve que cómo suena. Arrau nunca hizo concesiones ni en sus programas ni en su manera de tocar. Siempre hizo lo que creyó que le estaba pidiendo la obra”, apunta. En el fondo, le pedía que ella hiciera lo propio, que tomara la posta.

La pianista chilena entra a la sala del Teatro Municipal, en un concierto solista, el 2 de junio en Santiago.

Fischer llegó en sus 20 a Europa donde se instaló en Suiza. Mientras tocaba el piano y enseñaba a otros a estudiarlo, se enamoró. “Me fue extraordinariamente bien. Hubiera podido hacer esas carreras locas en que uno toca todos los días en un lugar distinto. No sé hasta qué punto eso no fue lo que más me atraía, pero además me casé, tuve tres hijos y no se podía hacer. Jamás dejé de tocar ni de dar conciertos, pero eso de depender de un empresario que me mandara cada día a otra parte, no lo hice. Y la verdad es que me alegro mucho de no haberlo hecho. Todavía pienso que eso también influencia nuestra relación con la música”, afirma.

Su destreza frente al piano la ha llevado a distintos rincones del mundo. Desde el sur de Argentina hasta China, pasando por España, Alemania, Inglaterra, entre muchos otros países. “La música puede unir a la gente. Yo llego y toco en Japón y no puedo hablar ni una palabra con la gente, pero nos entendemos. Es un elemento muy importante de comunicación y, en consecuencia, tiene fuerza”, plantea.

Estando en Suiza y ya divorciada, Fischer sembró en los ochenta una bonita amistad con su alumno, el pianista argentino Jorge Pepi-Alós, 27 años menor. Cuando la chilena se mudó a una casa de tres pisos, lo invitó a vivir en uno de ellos. Durante unos cinco años tocaban juntos, viajaban, pero por celo a cuidar el vínculo, supone, no se convirtió en algo amoroso. Tras la muerte de su madre, la pianista decidió comprar una casa propia en Blonay. “Quisimos comprarla juntos y había que casarse, si no, no se podía”. Una vez contraído el matrimonio, el vínculo cambió.

En 1989, Fischer y Pepi-Alós crearon el Festival Semana Internacional de Piano en Blonay, que continúa hasta el día de hoy, y cuya próxima edición es en agosto, a la que la pianista asistirá. También fundaron la Escuela Cercle Lémanique d’Etúdes Musicales Canton de Vaud. En 2006 la pareja regresó a Chile. Se instalaron en una bonita parcela en Curacaví, a unos 50 kilómetros al oeste de Santiago, en medio de árboles y plantas. Durante la pandemia, Fischer sufrió un infarto y se trató en Santiago. Él se quedó en la parcela, pero ella nunca regresó. El matrimonio se acabó después de 30 años, pero esa amistad tan sólida que cuidaban, se conserva.

Edith Fischer toca el piano en su casa.

La edad parece anecdótica para la pianista. Se siente tan bien como se ve. Es ágil y energética al hablar. Ya tiene conciertos agendados hasta mediados de 2026 y continúa viajando con frecuencia a tocar y enseñar. Descarta, eso sí, volver a Suiza, donde están la mayoría de sus hijos y nietos. Es que le gusta mucho Chile. No solo por su belleza, también porque encuentra especialmente cariñosa a la gente: “Creo que la naturaleza que le emocionó y formó a uno de niña chiquita, por más que estés en lugares maravillosos, no se repite en ninguna parte”. Revela, entre risas, que el secreto para mantenerse como está es estudiar piano. El intenso trabajo de espalda y brazos se combina con la tensión nerviosa que supone presentarse en una escenario. “Dicen que un recital de piano es como dos horas de trabajo para un obrero que hace hoyos en la calle. Se baja con toda seguridad kilo y medio en cada uno”, apunta, y añade con gracia: “Aunque se recupera después en la celebración”.

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Sobre la firma

Antonia Laborde
Periodista en Chile desde 2022, antes estuvo cuatro años como corresponsal en la oficina de Washington. Ha trabajado en Telemundo (España), en el periódico económico Pulso (Chile) y en el medio online El Definido (Chile). Máster de Periodismo de EL PAÍS.
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